En la pasada huelga de maestros no vimos a los padres de familia organizarse para reclamar por la falta de clases …, ¿Será que esa inacción es producto precisamente de que la educación que vienen recibiendo los costarricenses hace décadas es de mala calidad, lo cual les impide comprender la gravedad del daño causado por tres meses perdidos?
Cuando los educadores decidieron suspender la huelga para descansar de la ardua labor de no trabajar, 50% de los centros educativos habían estado cerrados durante casi 3 meses. Alrededor del 70% de los docentes del MEP se unió al paro, lo cual nos costó a los costarricenses el desperdicio de más de 2,200 millones de colones diarios, ¡diarios!
Los comedores perdieron 200 millones de colones al día. Más de 90,000 menores se quedaron sin esa comida, que es para muchos la única completa del día. Disponibilidad de alimentos y niños con hambre, un oxímoron que no debió darse nunca.
El Ministro de Educación y el Presidente Alvarado llamaron insistentemente a los maestros a retomar las clases. La prensa y la opinión pública fueron implacables; recibieron infinidad de señales de que debían volver a su trabajo. Todo fue inútil. Solo la llegada de las vacaciones reglamentarias los hizo suspender el paro. Materia sin cubrir, notas sin entregar, reportes incompletos…, en las vidas de miles de estudiantes quedó un hueco del tamaño de un trimestre; un hueco de nutrición académica, físiológica y emocional cuyo daño quizás pueda ser paliado, pero nunca totalmente subsanado. Como suele ocurrir, los estudiantes más pobres, los de las zonas alejadas, fueron los más afectados.
Por la prensa vimos marchas, piquetes, cierres de escuelas y colegios, bloqueos de carreteras y maestras bailando zumba frente a la Asamblea Legislativa; otras prefirieron viajar. Para quienes pueden pagar educación privada o para quienes no tenemos hijos en edad escolar, esas noticias fueron indignantes. Me pregunto qué sentían las mamás y los papás de los miles de niños que se quedaron sin recibir clases ni almuerzo.
¿Hubo indignación y reclamo de esos padres de familia? Una que otra nota de prensa reportó las complicaciones que sufrieron. Numerosas mamás perdieron días de trabajo para cuidar a sus niños o tuvieron que pagar por su cuido; muchas gastaron sumas prohibitivas en tutorías para que sus hijos no se atrasaran en el proceso de aprendizaje. Algunos progenitores tuvieron que seguir pagando el servicio de transporte escolar aunque no hubiera clases.
Sin embargo, no los vimos alzar la voz con la contundencia que ameritaba el gran daño que causó la huelga a sus hijos. No vimos grupos de madres y padres organizarse y movilizarse contra la huelga, como sí vimos a muchos hacerlo contra las guías de educación sexual del MEP, a fines de 2017 y a principios de este año. Abrieron páginas y grupos muy activos en redes sociales y media docena de progenitores presentaron, aunque sin éxito, sendos recursos de amparo contra los manuales de educación sexual. En febrero de 2018 varios grupos de padres opuestos a la aplicación de las guías bloquearon el ingreso a centros educativos e incluso tuvieron un pulso con la entonces Ministra de Educación a la que forzaron a negociar.
La educación sexual es, sin duda, un tema importante que debe ser manejado con prudencia y tomando en consideración a los padres de familia. Si bien no estoy de acuerdo en que se recurriera al cierre de escuelas, me parece comprensible que aquellos que no se sintieron a gusto con la forma en que dichas guías abordaban la afectividad y la sexualidad, manifestaran su desacuerdo. Lo que no entiendo es por qué no se movilizaron con la misma fuerza cuando el derecho básico de sus hijos a recibir educación fue atropellado sin reparos por sus propias maestras, o cuando el derecho a prepararse adecuadamente para el bachillerato fue mancillado por los profesores que debían acompañarlos en ese reto.
Supe que en los lugares en que hay mayor nivel de organización comunitaria, el cierre de colegios y el ausentismo de los educadores fue menor. Evidentemente, en las comunidades organizadas el sentido de pertenencia y el tejido social son más fuertes, lo que aumenta la capacidad de prevenir y de resolver los conflictos, así como de mitigar sus consecuencias cuando se dan.
Sin embargo, aún en comunidades no tan integradas, es incomprensible que los padres no colaboraran entre sí para hacerse sentir, que no hayan creado grupos en redes sociales, que no presentaran masivamente recursos de amparo por el cierre de escuelas y comedores, que no hicieran vigilias frente a las casas de las maestras en paro, que no se plantaran ante las sedes sindicales o frente a los centros educativos exigiendo su apertura. Es incomprensible que se resignaran a que no hubiera desfile de faroles el 14 de setiembre y que no hicieran una cadena humana para garantizar el paso de los estudiantes con la antorcha a lo largo de la ruta que se había recorrido ininterrumpidamente durante decenios.
En un país donde no hay confederaciones de padres de familia a nivel cantonal, provincial y nacional, la movilización es un reto y requiere no solo de un hecho detonante (la huelga), sino también de un agente movilizador. En contra de la huelga no hubo un agente movilizador de las familias como en el caso de la lucha contra las guías sexuales, en que las iglesias católica y evangélicas, asociaciones afines a estas y varios diputados, auspiciaron la organización y la lucha. Pero, ¿por qué no se aprovecharon esas redes ya creadas, para coordinar su oposición a una huelga que afectó gravemente a sus hijos?
Hay varias respuestas posibles. Quizás algunos padres estaban de acuerdo con la huelga, ya sea porque son funcionarios públicos, porque están emparentados con alguno de los 80,000 docentes, o porque fueron persuadidos de que el daño de perder lecciones era menor al supuesto daño del plan fiscal (cuyo contenido era desconocido por muchos padres y madres). Por otro lado, imagino que tantas mamás que sobreviven cada día con las energías mínimas para llevar el sustento a sus hogares, tan solo les queda voz para encargar a sus niños más grandecitos cuidar de los menores. Pienso en aquellas cuyos hijos tienen becas, que tal vez ven la educación como un regalo y no como un derecho que pueden exigir. Podría ser que muchos padres y madres no valoran tanto la educación; quizás ellos mismos no la completaron, o son la cola de la generación perdida de los años ochenta, a quienes la crisis expulsó del sistema educativo y ven con normalidad la pérdida de lecciones.
¿Será que esa inacción es producto precisamente de que la educación que vienen recibiendo los costarricenses hace décadas es de mala calidad, lo cual les impide comprender la gravedad del daño causado por tres meses perdidos? Ante el anuncio de próximas huelgas de maestros, esto amerita una investigación científica. Debemos entender con profundidad y certeza a qué se debió la pasividad de decenas de miles de padres de familia ante la violación de uno de los derechos fundamentales de sus hijos, para poder remediarlo.
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Publicado en Página Quince de La Nación, domingo 23 de diciembre de 2018.
https://www.nacion.com/opinion/columnistas/y-los-padres-de-familia/HIJ4G57RJZA7JGVA6VHVPRINUU/story/
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