Adolescentes que asaltan. Que venden droga. Que matan. Jóvenes sin el tejido de la familia, el colegio, la iglesia, la sociedad, ni el Estado. Adolescentes invisibles.
“No entiendo cómo un adolescente de dieciséis años mata a otra persona. Quiero saber qué pasó entre el niño que fue y el adolescente que jaló el gatillo” escribe la investigadora Etty Kaufman Kappari en la introducción a su libro Invisibles: Historias de adolescentes que cometieron homicidio. Relatos basados en investigación y en entrevistas realizadas por ella en las cárceles de Costa Rica. La mayoría son hombres, “porque matan más los hombres que las mujeres”.
Recientemente lamentamos las absurdas muertes de Marco Calzada Valverde y de Manfred Barberena Novoa, dos jóvenes buenos, productivos, amados por sus familias. Sus nombres nos han quedado grabados en el corazón y en la memoria. No así los de quienes los mataron. Hay que preservar sus identidades por ser menores de edad; pero esa no es la única razón por la que no los conocemos. La razón es que son invisibles.
Hace unos días, en estas páginas, Manuel Enrique Lizano Pacheco escribía que lo realmente grave es que a muchas personas “no les importe el dolor social que vive el que tiene hambre, el que implora por ayuda, el que ve y vive la violencia doméstica en su propia piel, el que no conoce cosa distinta del abuso y la violencia.” Adolescentes que asaltan, que venden droga, que matan. Invisibles.
También en estas páginas, el sociólogo Julio Solís Moreira ofrece datos contundentes de la inmensidad de las brechas socioeconómicas en Costa Rica. Nos habla de cómo se ha instaurado una “cultura de la desigualdad, en la cual se ha hecho normal la fragmentación social en la que unos tienen muchos recursos y otros muy pocos (apenas para la supervivencia)”. Cita algunas de las consecuencias sociales de esa fragmentación, como la “guetificación” urbana, el hacinamiento, la mayor incidencia de homicidios, mayor rezago escolar y menos años de educación media entre aquellos que tienen muy pocos recursos. Su artículo es el dibujo de la indiferencia de aquellos que tienen mucho con respecto al destino de quienes tienen muy poco y de la incapacidad de cumplimiento del Estado.
Nuestro sistema educativo lleva años funcionando por inercia; hace tiempo dejó de ser el factor determinante de la inclusión y de la movilidad social. Viene reproduciendo pobreza, en vez de reducirla. A ello se sumaron las huelgas de maestros en 2018 y 2019. Luego, los cierres totales de centros educativos decretados por un tiempo demasiado largo, causaron la desvinculación de miles de estudiantes del sistema educativo, generaron un rezago de aprendizaje equivalente a casi 2 años por cada año de cierre, y a la posible pérdida 12% de los ingresos de toda la vida para esos estudiantes. Se agudizaron las brechas, la exclusión educativa y social, y la violencia juvenil. Más adolescentes en riesgo social. Más “Invisibles”.
Los relatos de la Dra. Kaufman hablan de todo lo que mencionaron don Manuel y don Julio en sus artículos. Son historias de niños que sufrieron privaciones de todo tipo: de amor, de estructura, de contención emocional, de educación, de comida, de saludridad, de juego, de seguridad, de respeto… Al mismo tiempo, crecieron con abundancia de otras cosas: drogas, armas, abuso sexual, violencia verbal y física, abandono, indiferencia, miedo.
Me pregunto si los adolescentes que matan por un celular, por una billetera, por un poco de droga, por cumplir con un rito de iniciación dentro de una banda o por obedecer a su “patrón”, también se auto perciben como invisibles; si su auto estima está tan dañada que perdieron la esperanza, el deseo de soñar en grande, de querer educarse para dejar atrás la cloaca que los succiona. O cuántos de esos delincuentes jóvenes han caído en una especie de banalización del mal y perdieron la capacidad de sentir remordimientos. No lo sé.
Pero sí sé que, en alguna medida, todos somos cómplices de que estemos perdiendo a tantos jóvenes de tantas maneras. Los datos no pueden seguir esperando a que hagamos algo: La tercera parte de la población infantil y adolescente del país, ¡casi medio millón!, vive en pobreza. Sus familias están resquebrajadas y muy desamparadas.
Casi la mitad de los estudiantes que entran a séptimo de secundaria no se gradúan de undécimo. Esto, a su vez, aumenta el riesgo de agravamiento de la pobreza en los subsiguientes 10 años. Más del 60% del estudiantado no tienen buen acceso a internet y miles carecen de las destrezas digitales básicas.
Costa Rica ostenta el penoso récord del mayor desempleo juvenil de países de la OCDE (40%). El número de jóvenes entre 15 y 24 años que no estudian ni trabajan (ninis) ha crecido y, en nuestro país vive la mayor cantidad de ninis que no ha terminado la secundaria. Las mujeres ninis no terminan el colegio y han tenido embarazo adolescente; entre los hombres hay una fuerte tendencia a caer en drogas y a ser reclutados por el crimen organizado. La tenencia y consumo de drogas es una de las mayores causas de imputaciones penales en Costa Rica.
En los últimos 10 años ha aumentado la tasa de homicidios dolosos; en estos, los hombres jóvenes entre 18 y 29 años son mayoría, tanto como víctimas como victimarios. Las 3 causas principales de esos delitos son ajustes de cuentas (56%), discusiones/riñas y por la comisión de otro delito. Según el Observatorio de la violencia, los suicidas son abrumadoramente más hombres que mujeres, con alta incidencia entre los 20 y los 34 años.
El presente y el futuro de la infancia y la juventud costarricenses están a punto de irse por un tubo. Y con ellos, todas nuestras expectativas como país. La institucionalidad democrática, la productividad, la prosperidad y el bienestar no se sostienen si solo una minoría está bien y vive bien; menos aún con otros retos tan complejos como el cambio climático, los vertiginosos avances tecnológicos y la trasformación demográfica. La tarea es gigantesca y de abordaje multisectorial. ¿Por dónde empezar?
Hoy es el Día Mundial de las Habilidades de la Juventud. En 2014 la ONU designó el 15 de julio para crear conciencia de la importancia de invertir en el desarrollo de las habilidades de la juventud. Este día nos ofrece una oportunidad para reflexionar seriamente sobre una de las aristas de la grave crisis en que se encuentra la población joven. Es una excusa ideal para fomentar el acercamiento entre la juventud, el sistema educativo, las instituciones de formación técnica y profesional como el Instituto Nacional de Aprendizaje, los ministerios de Cultura y Juventud, Deportes y Justicia y Paz, entre otras instituciones.
El mundo del trabajo viene experimentando transformaciones constantes y muy rápidas, que han creado una gran grieta entre las habilidades que nuestros adolescentes están aprendiendo y las que requieren para poder trabajar y emprender. Es fundamental actualizar los programas de estudio del MEP; pero también hay que ofrecer oportunidades de desarrollo de habilidades técnicas y destrezas para la vida a quienes estén fuera de la educación formal, que carecen de capacitación y están en edad de trabajar.
La educación y el trabajo son como el alimento: imprescindibles. Muchos países ya han incorporado la celebración Día Mundial de las Habilidades de la Juventud con diversos programas, planes innovadores, actividades y recursos para potenciar las habilidades para el futuro de las personas jóvenes. Nosotros, ¿qué esperamos para demostrar que la juventud sí nos importa?
Artículo publicado en La Nación , el 14 de julio de 2022.
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