En 2020 celebramos 200 años de vida independiente; es decir, de ser costarricenses. Hoy somos poco más de 5 millones de personas muy diversas. A la diversidad han contribuido, entre otros factores, las múltiples razas y etnias que durante 2 siglos han confluido en este pequeño territorio, la transición de una sociedad cerrada y vertical a una cada día más abierta y horizontal, las migraciones, la presencia de otras religiones y creencias además de la que trajeron los españoles, los cambios de modelo social y económico que hemos experimentado, y la globalización. A pesar de la pluralidad, tenemos en común esa cosa intangible que es ser y sentirnos costarricenses.
Por eso, cuando conocemos a una persona tica en el extranjero muchos sentimos como si la conociéramos de antes; se despierta una especie de lazo tribal que nos une, al menos temporalmente. Y aunque nos quejamos a rabiar de nuestros problemas, al salir de Costa Rica la mayoría sentimos orgullo por ser costarricenses y por el buen nombre internacional del que goza el país. Cuando alguien lo alaba, se nos hincha el corazón como si cada mérito nacional fuera nuestro.
Siempre me asombra la naturaleza amalgamadora del sentimiento costarricentrista: frente al rival o al crítico, nuestras diferencias se achican y se agranda el nacionalismo. Cuando juega la Sele masculina o femenina, millones de ticos y ticas sienten su nacionalidad con más fuerza que ser saprissistas, liguistas o florenses, y serían capaces de abrazar a quien esté a su lado sin importar si es pro o anti vacuna, si es de derecha o de izquierda, si quiere explotar petróleo o si es ambientalista. A miles de costarricenses la piel se nos eriza unánime cuando vemos a las hermanas Andrea y Noelia Vargas, a Nery Brenes, a Sherman Guity, conquistar una presea.
Sin embargo, pasada la emoción del momento, esa amalgama espontánea cede; las diferencias sacan los codos y se reinstalan. Creencias y lealtades más fuertes vuelven a aflorar y sentimos urgencia de cambiarnos de acera. Con la globalización y el avance tecnológico, el choque de civilizaciones pregonado por Huntington en los años 90 ha mutado en choque de identidades.
Dentro de una misma nación, aún una tan pequeña como esta, conviven a veces pacíficamente, pero muchas otras veces agresivamente, miles de perspectivas que han ido pasando del plano racional al dogmático. Las diferencias se basan menos en lo que pensamos y más en lo que somos o lo que creemos que somos en determinado momento. Fusilamos al mensajero porque hemos perdido la capacidad de separarlo del mensaje.
A lo anterior se suman los múltiples sesgos cognitivos inconscientes que, en mayor o menor medida tenemos todas las personas, y que influyen nuestras interacciones, percepciones y decisiones en cualquier campo: sentimental, familiar, financiero, laboral, social, político. Son actitudes, estereotipos o atajos mentales inconscientes que nos inducen a formarnos juicios y tomar decisiones más rápidamente, creándonos la ilusión de hacerlo correctamente.
El tema es fascinante y hay decenas de sesgos cognitivos; solo citaré algunos que me parecen oportunos para la coyuntura electoral: el de negatividad nos inclina a dar más importancia a experiencias e información negativa, que a la positiva o neutral.
El de la disponibilidad heurística retiene la primera información o ejemplo que recibimos, que es más fácil de recordar; este sesgo es pariente del efecto de anclaje, que nos lleva a confiar demasiado en la primera información que se nos dio; en ambos casos excluimos otros datos que pueden ser vitales para tener una perspectiva más completa.
El sesgo del status quo nos induce a preferir que las cosas permanezcan como están, nos hace resistentes a los cambios, a lo menos familiar. El del falso consenso nos lleva a creer que hay más gente de acuerdo con nosotros de lo que realmente hay; es cercano al de efecto arrastre, que nos lleva a hacer o a creer algo porque mucha gente lo hace o lo cree. Uno de los más comunes, el sesgo de confirmación, es la tendencia a encontrar y recordar la información que confirma nuestras creencias o percepciones.
El efecto Dunning-Kruger consiste en que cuanto menos sabemos sobre alguna materia, más confianza tenemos en nuestro criterio; a la inversa, cuanto más sabemos, menor es la confianza. El sesgo Dunning-Kruger lo padecen, por ejemplo, quienes sin haber abierto un libro sobre ciencia, creen saber más y opinan con más convicción que quienes han pasado años en aulas y laboratorios.
En este punto, seguramente usted pudo identificar alguno de esos sesgos en sus propias percepciones y decisiones. Tomar conciencia de ello es un paso fundamental para decidir con mejor juicio y para interactuar sanamente en una sociedad polifacética.
Se me podría acusar, válidamente, de que hay un sesgo implícito en mi razonamiento sobre el costarricentrismo. Tal vez no toda persona costarricense vibra con las selecciones de fútbol o se alegra al conocer a otro tico en el extranjero. Me atrevo a decir que, al menos, se trataría de un sesgo inofensivo y hasta benigno.
Cultivar el sentimiento de pertenencia a una nación por encima de sesgos, prejuicios, lealtades ideológicas, religiosas, raciales, intelectuales y socioeconómicas, es necesario e importante para prosperar. Ninguna sociedad democrática es sostenible cuando solo una minoría tiene sus necesidades satisfechas y no siente una fuerte urgencia por cambiar ese estado de cosas; ni cuando la desconexión entre los diversos grupos es tan grande que no hay capacidad de tomar acuerdos para el bienestar de la mayoría.
Las familias que no fomentan el respeto, la unión, la solidaridad y el diálogo entre sus miembros, se fragmentan; igual ocurre con las naciones, aún cuando sigan conviviendo dentro de las mismas fronteras. Propongámonos reconstruir los cimientos de nuestra identidad costarricense. Lo imagino como un proyecto nacional compartido entre los sectores sociales, económicos, públicos, privados, la academia, la cultura y la educación; para reconocernos y apreciarnos. Y para ayudarnos a convivir con paz y respeto después del 6 de febrero.
Artículo publicado en Página Quince de La Nación, el 2 de febrero de 2022.
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