Los anchos horizontes de mi padre.

Written by Abril Gordienko L.

06/27/2022

Hoy en el carro iba escuchando una estación de radio francesa. A veces escucho la BBC, la radio pública de Boston, la radio de España o la de Italia. Con un simple clic en una aplicación en el celular tengo acceso a leer, y aun mejor, a escuchar en tiempo real noticias y reportajes de cualquier parte del mundo. O puedo escuchar en tiempo diferido un podcast grabado en Australia o en Suráfrica.
Pensé entonces en mi papá. En lo feliz que estaría de disfrutar la facilidad con la que hoy se puede viajar de manera física o virtual a lugares distantes, exóticos, desconocidos.
Papá dejó muchas huellas importantes en mí. Hoy me vino a la mente un rasgo de su personalidad que puedo ilustrar con tres objetos que eran muy queridos para él: los binoculares, los mapamundi, y un enorme radio de onda corta que ocupaba casi toda la superficie de su mesa de noche.
Realmente no sé cuál calificativo lo describiría mejor: si un explorador, un ciudadano del mundo, o un soñador de viajes.
Su curiosidad por conocer otros lugares tal vez se debió a que era hijo de un inmigrante que vino desde el otro lado del planeta; o tal vez porque lo mandaron a estudiar lejos del país en una época en que no era tan fácil no usual cruzar el océano -el primer viaje hacia la universidad de Bologna le tomó varias semanas en barco-. Podría ser que las obras de Julio Verne, cuyas historias nos relataba de memoria cuando íbamos de camino a la finca o a las playas, le transmitieran esa pasión por explorar lugares desconocidos.
O tal vez se debió a otros motivos que no se me ocurrió preguntarle cuando todavía estaba entre nosotros. El caso es que tenía curiosidad insaciable por visitar otros lugares, y por estudiar y aprender detalles sobre la geografía, la historia y la cultura de territorios lejanos.
Nos llevó a mi mamá, a mi hermano y a mí a recorrer buena parte de la Costa Rica que hace 40 y pico de años era apenas accesible con su todopoderoso jeep, cuyo vistoso color mostaza me avergonzaba un poco.
Siempre llevaba los binoculares bien resguardados en su estuche de cuero. Varias veces, en los recorridos, nos bajábamos a mirar a través de ellos el horizonte que alcanzaríamos más adelante o aquellos puntos a los que no podríamos llegar, pero que al menos podíamos ver “de cerca” gracias a los lentes prismáticos.
En la casa, el mapa de Costa Rica en relieve ocupaba un sitio de honor en la sala de televisión. También había varios atlas, colecciones de mapas, y un globo terráqueo. Recuerdo sus enormes dedos cirujanos recorriendo las fronteras, mostrándome los continentes, los países, los mares… A menudo, cuando nos llevaba a la escuela o hacíamos paseos largos en carro, nos ponía a aprender de memoria los nombres de las capitales del mundo, de los océanos, de las cordilleras, los desiertos y los ríos más importantes de cada continente. Año a año compraba la edición actualizada de un libraco llamado “Almanaque Mundial”, que contenía información detallada sobre cada país y sobre eventos históricos y contemporáneos del mundo -la versión impresa de lo que hoy nos provee Google-. Después de que él murió, yo seguí comprándolos; hasta que se hicieron casi totalmente  irrelevantes debido a la comodidad de encontrar todo en el celular -si bien sigo prefiriendo recorrer las páginas de los libros con mis manos y moverme entre ellas con la vista-.
La crisis económica de fines de los años 70 y los años 80, afectó mucho las finanzas familiares, pero no impidió que él hiciera esfuerzos por llevarnos de viaje a su amada Italia y a otros países de Europa y de América.
En los años más duros de la crisis solo pudo llevarnos por tierra a Panamá. Recuerdo con especial gratitud esos largos recorridos y la impresión que me causaron el Canal y el puente más largo que mi hermano y yo habíamos visto en nuestras vidas.
Un día llegó con un gran aparato, como del tamaño de un tocadiscos. El radio de onda corta. En las noches se quedaba hasta tarde escuchando noticias y programas de lugares lejanos. Aparte del español, papá dominaba el italiano; apenas tenía conocimientos básicos de inglés, pero igual escuchaba algunos programas en ese idioma.
Yo tenía 11 o 12 años cuando ocurrió la invasión rusa en Afganistán, y los conflictos bélicos entre Irán e Irak. Papá seguía los acontecimientos con mucho interés y se frustraba porque en ese entonces no me interesaba leer el periódico ni seguir los eventos importantes del mundo. Para su alegría, eso cambió cuando alcancé la adultez y nuestras conversaciones de sobremesa se volvieron aún más fascinantes.
El mapamundi que coloqué en una pared en cuanto tuve mi propia oficina, es solo una muestra de esa huella suya que atesoro y que he tratado de honrar, en especial desde que me convertí en madre.

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