Comentario sobre la novela de Anacristina Rossi. Publicado en La Página Quince el 9 de setiembre de 2016.
La autora costarricense Anacristina Rossi, dos veces Premio Nacional de Novela Aquileo J. Echeverría, poseedora de varios galardones y reconocimientos internacionales, es una de las escritoras más talentosas, sorprendentes y versátiles de la literatura costarricense. En cada obra denuncia, provoca, y busca transformar. Sí, la vida de Anacristina Rossi es una causa que plasma en cada una de sus obras.
Su más reciente novela, La romana indómita*, no es la excepción. En ella desenmascara y cuestiona el poder hegemónico; pero su causa no se agota ahí. La completan la crítica al patriarcado, la compasión por el reino animal, y la importancia de recurrir a la naturaleza para restaurar el equilibrio de la persona y de la sociedad. Además, la narración está impregnada de máximas que permitirían construir un manual del buen vivir.
La romana indómita es una obra portentosa. Según el Diccionario de la Real Academia Española, portentosa significa: “Singular, extraño y que por su novedad causa admiración, terror o pasmo.”
La obra es singular desde la elección del tema: es inesperado que una escritora costarricense que ha desentrañado como nadie el trópico, haya elegido cruzar el Atlántico y sumergirse durante 8 años en la historia de Roma para contarnos la parte ignorada de la vida de César Augusto, de su hija, de sus nietos, y de infinidad de personajes, todos dibujados con precisión quirúrgica, asombrosa precisamente por ser tantos y tan variados en su origen y sus caracterísiticas.
Se mueve entre decenas de personajes con toda soltura y comodidad, como si de amigos íntimos se tratara. Penetra en las mentes y los corazones del Princeps, de los pitagóricos, de los disidentes republicanos, de los esclavos que sirven y confabulan con el poder del cual son a su vez víctimas, y desmenuza a Julia, la romana indómita, y a sus hijos, los descendientes del patriarca supremo quien, en su ansioso afán de designar a un digno sucesor, los sacrifica a todos, uno por uno, como Cronos devoró a sus hijos. Pero a diferencia de los hijos de Cronos que luego lo vencieron en la Titanomaquia, los del Augusto no sobrevivieron a la inmolación provocada por su tiránico padre.
Con habilidad etérea, Anacristina nos rebela las profundas contradicciones del Augusto implacable y cruel, pero en constante sufrimiento, lleno de temores y debilidades. Muestra a la perfección la vulnerabilidad del villano, al que llegamos a odiar y a compadecer al mismo tiempo.
La cantidad de información histórica, geográfica, arquitectónica, de costumbres, creencias y formas de vida descrita en 412 páginas, es aproximadamente el 5% de todo el conocimiento y el estudio profundo llevado a cabo por la autora. Aún así, la historia se siente perfectamente completa. No hay una oración desperdiciad; cada una contiene un acervo de información que sin darnos cuenta nos transporta en tiempo y lugar con una asombrosa apelación a cada uno de los sentidos. La maestría con que describe cada cosa y lugar nos mete en los palacios, las casas, los baños y los barcos, nos permite avistar el océano, sentir las texturas de las cosas, el viento en la piel y oler la diversidad de aromas de los aceites, las especies y las flores. Y no faltan, por supuesto, unas perfectas pinceladas eróticas.
Muestra hasta dónde se puede llegar por adquirir o retener el poder; revela cómo, desde tiempos ancestrales, el patriarcado ha sido una forma de tiranía que se nutre de los círculos convergentes del hogar, la sociedad, el ejército y el Estado. En hermoso contraste con esos temibles rasgos, la autora nos regala la delicadeza y la sensibilidad de otros personajes, especialmente Julia y su hija Julila, Hipólita, Cleóbulo, Escribonia, los amigos de Julia y los pitagóricos. Personajes luminosos que impresionan y restituyen la fe en la bondad esencial y en la solidaridad de nuestra especie.
La carpintería narrativa es admirable. Anacristina hizo una elección deliberada y extremadamente pulida del lenguaje para eliminar toda palabra de origen árabe y usar sólo voces de origen sánscrito, griego y latín. No hay españolismos, tiquismos ni lenguaje moderno.
Todos esos elementos la convierten en una obra desafiante que requiere compromiso del lector, pero sin llegar a ser abrumadora. Engancha y encanta de principio a fin. La romana indómita es un magistral acto de ilusionismo narrativo con rigor histórico: el lector no es capaz de distinguir lo auténtico de lo ficticio, lo real de lo imaginado. Hay una simbiosis perfecta entre la obra historia y la novela.
Por último, deja en el ánimo del lector un efecto que tarda días en diluirse: una mezcla de tristeza y esperanza y, sobre todo, sed de leer más, de saber más, de volver los ojos a la historia para comprender el presente.
Hay mucho más que decir sobre esta obra, lo cual dejo a los críticos literarios; como lectora, quedé impactada por esa obra portentosa de una costarricense indómita.
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