Publicado en Página Quince, La Nación, 9 de julio de 2016.
En semanas recientes han circulado en redes sociales declaraciones de una diputada y vídeos de sus intervenciones en el Plenario legislativo, acompañados de comentarios de burla o de incredulidad porque provienen de una «Madre de la Patria». Algunos medios de comunicación han difundido el material, lo que hizo que se propagara viralmente. No voy siquiera a mencionar el nombre de la diputada porque es irrelevante y morboso. Atacarla personalmente por los temas que aborda y el lenguaje que utiliza, no contribuye a resolver un problema que se vuelve cada día más serio: la calidad de nuestros representantes y de la representación (valga decir que no son exactamente lo mismo). Por enfocar la rama, estamos perdiendo de vista el bosque. El problema no es esa diputada ni todos los otros que han sido noticia por diversidad de causas negativas, sino un sistema de partidos enfermo y un modelo de elección obsoleto que en conjunto producen legisladores que en su mayoría no llegan a satisfacer las expectativas ciudadanas.
Me interesa destacar el sentimiento que estas intervenciones han despertado en los votantes (no digo electores, porque votar no equivale al elegir, y ahí descansa parte del problema). El sentimiento es que la mayoría de los diputados/das no nos representan. Desde hace al menos 20 años, ese sentimiento ha ido creciendo. Un sistema electoral representativo es el que propicia que nuestras necesidades se conozcan, se atiendan y se resuelvan de manera oportuna y eficaz; representatividad es conocer y poder elegir a quienes queremos que decidan en nuestro nombre en la Asamblea Legislativa. Diversidad de indicadores nacionales e internacionales nos han venido advirtiendo del deterioro en la calidad de nuestra democracia representativa.
Personalizar el ataque contra algún/a legislador/a sólo sirve para alimentar el pesimismo y la desconfianza en nuestro sistema democrático. ¿Por qué muchos de quienes participan de esa queja colectiva eluden el debate serio? ¿Cuánto tiempo dedicamos como sociedad – ciudadanos, tomadores de decisiones, partidos, gremios, empresarios, académicos y medios de comunicación- a hablar de lo fundamental, a abordar la diversidad de propuestas de origen tanto oficial como ciudadano que se han hecho en años recientes? ¿No hay una desproporción entre el tiempo que dedicamos a protestar, frente al dedicado a proponer y a resolver?
Si queremos tener un sistema político efectivamente representativo, debemos hacer un esfuerzo valiente y honesto para acometer las reformas que apremian. Veamos: 1) Modificar el reglamento de la Asamblea Legislativa – en 2015 se aprobaron algunas tímidas mejoras, pero la revisión debe ser completa-; 2) reformar el sistema de elección de diputados para migrar a un sistema mixto proporcional que mejore la proporcionalidad y produzca representatividad, como proponemos un grupo de ciudadanos (www.poderciudadanocr.org); 3) propiciar una reforma integral que aborde la carrera parlamentaria, reducción del quórum para sesionar en el Congreso, unificación de los periodos de sesiones ordinarias y extraordinarias, profesionalización de los asesores legislativos y fijación de un límite racional a la cantidad de asesores que se asigna a los diputados, revisión del número de diputados con base en criterios científicos y no viscerales, conveniencia o no de extender el plazo de gobierno, de separar la elección presidencial de la legislativa y de dar cuotas de representación a algunas minorías ; 4) transformar el sistema de financiamiento de las campañas políticas; 5) plantear mecanismos para fortalecer los partidos políticos, operadores fundamentales de la democracia que están debilitados y peligrosamente deslegitimados; 6) racionalizar el uso de los recursos en el Congreso que tiene una planilla desproporcionada para su tamaño y diputados mal pagados; 7) revisar el entramado de controles que tienen desmedidamente amarrado al Ejecutivo. La lista no termina aquí, pero ya es suficientemente sustanciosa. Es imperioso debatir estos temas a fondo y acometer la reforma integralmente. Hay que reconocer el esfuerzo de la Comisión Mixta para la Reforma del Estado y Refor4-jul-16ma Política del Congreso que ha dictaminado algunos proyectos convenientes, pero el abordaje debe ser, insisto, integral.
Junto a las presas, la política y sus operadores son lo que más quejas constantes genera; el sentimiento y el discurso anti-política son cada día más intransigentes, ácidos y violentos. Hay que trabajar en relegitimar la política.
En días recientes los diputados lograron acuerdos históricos en materia de pensiones y están avanzando en otras materias estratégicas. Pero, ¿no es la inversión en la política la más estratégica de las materias, la que mejor puede garantizar progreso en las demás?
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