La igualdad de género requiere de cerrar la brecha de datos.

¿Alguna vez se ha detenido a pensar por qué en los lúgares públicos como aeropuertos, estadios, y cines las mujeres deben hacer largas filas para ir al baño y los hombres no? ¿O por qué las mujeres desarrollan más reacciones adversas a las vacunas con respecto a los hombres? ¿Sabe que los infartos son el doble de comunes en los hombres que en las mujeres y, sin embargo, la primera causa de mortalidad femenina son las enfermedades cardiovasculares y las cifras absolutas de ellas que mueren a causa de ese tipo de males superan a las de ellos? ¿Sabe que a las mujeres se les practican menos intervenciones en caso de fallas cardiacas o de accidentes cerebrovasculares, se les diagnostica más tarde y se les da de alta más temprano que a los hombres? ¿O que las tasas de mortalidad y morbilidad  femeninas son mucho más altas que las masculinas en epidemias, desastres naturales, movimientos migratorios, campos de refugiados y como daño colateral en conflictos armados?

¿Se ha preguntado por qué globalmente solo 25% de las curules parlamentarias y solo 5% de las direcciones ejecutivas (CEO por sus siglas en inglés) de las empresas más grandes están ocupadas por mujeres, a pesar de que la brecha educativa es la más pequeña de las brechas de género? ¿Cuántos monumentos o estatuas de mujeres ha visto en el país? ¿Ha notado que solo 24% de las opiniones y de los criterios expertos que leemos o escuchamos a través de los medios de comunicación son de mujeres? ¿Sabe que menos del 30% de los cargos de liderazgo en las industrias de energía e infraestructura son ocupados por mujeres? ¿Y que en promedio las mujeres perciben 20% menos que sus colegas masculinos por el mismo trabajo? ¿Sabe a qué se debe?

En las series, películas y programas de entrenimiento infantil, ¿ha notado que más del doble de los personajes heroicos y resolvedores de problemas son masculinos? ¿O que aparecen menos mujeres que animales, robots, monstruos y otros tipos de personajes ficticios? ¿Se ha percatado de que más del 70% de los personajes con profesiones científicas y tecnológicas son hombres, y que los femeninos suelen representar más roles de servicio que los masculinos? ¿Le ha llamado la atención que los hombres representan el 94,5% de ganadores de los premios Nobel? ¿Y que los 12 pianistas más reconocidos del mundo son hombres?

La lista de preguntas y ejemplos de disparidades entre ambos sexos es interminable. Incluso, hay muchas que ni siquiera han sido estudiadas y no están documentadas. La falta de evidencia nutre significativamente las desigualdades. Por ejemplo, no fue sino hasta 2007 que se contó por primera vez con un análisis cuantitativo que permitió determinar que en los desastres naturales mueren más las mujeres. Y lo más sorprendente es que ese estudio mostró que en sociedades donde las mujeres no gozan de igualdad de derechos sociales y económicos, no es el desastre lo que las mata, sino que  las múltiples limitaciones, obligaciones y condiciones en que se desenvuelven les dificultan desde recibir oportunamente las advertencias de riesgo hasta ponerse a salvo.

En el campo de la salud en años recientes se evidenció que los ensayos clínicos se hacen con abrumadora mayoría de sujetos masculinos, incluso para tópicos en que ya se ha establecido que hay diferencias entre los sexos, como el efecto de los antidepresivos y del alcohol o el procesamiento de las proteínas y de las señales de dolor en el organismo.  Las mujeres no somos una versión más pequeña de los hombres ni somos una desviación del estandar de la humanidad. Se han detectado diferencias esenciales entre hombres y mujeres en cada órgano, tejido y célula del cuerpo, y se han documentado divergencias en la prevalencia, el curso y la severidad de numerosas enfermedades. Sin embargo, a menos que se sistematice la diferenciación biológica por sexo en los textos de estudio de medicina y microbiología, en la investigación clínica, en el desarrollo de medicamentos (y su financiamiento) y en la aplicación de las terapias, la mitad de la población del mundo seguirá sufriendo las consecuencias negativas de que se considere al cuerpo del hombre blanco como el estándar humano universal.

Hace decenios Simone de Beauvoir denunció el androcentrismo del mundo.  En 2019 Caroline Criado-Perez, economista conductual y feminista, publicó una investigación llamada Mujeres Invisibles, un revelador best-seller que le mereció diversos premios internacionales. Ella plantea que, como consecuencia de que el mundo está diseñado por hombres para hombres, hay una enorme brecha de información que vuelve a las mujeres casi invisibles.  Su estudio abarca prácticamente todos los espacios en que vivimos hombres y mujeres como el hogar, los espacios públicos, los lugares de trabajo, el deporte y el recuento de la historia de la humanidad. Demuestra cómo un peligroso sesgo en los datos que se recolectan, se publican y se utilizan para diseñar las políticas públicas, decisiones comerciales, múltiples servicios y diversidad de productos, tiene impacto determinante sobre la igualdad de género y, por lo tanto, la calidad de vida de las mujeres así como de varias minorías poblacionales.

La brecha de datos distorsiona y limita la capacidad de las mujeres de tomar decisiones informadas, de participar en el diseño y la implementación de políticas, tecnologías, bienes y servicios, así  como disfrutar de sus beneficios. La falta de información específica sobre la fisonomía, fisiología, preferencias y necesidades femeninas ha hecho que la mayoría de los servicios y artículos que se fabrican y consumen son diseñados para los hombres.

En la economía, la escasez de datos específicos por sexo tiene impactos en las tasas de empleo femenino, en la contribución económica -remunerada y no remunerada- de las mujeres, y en su capacidad de ahorro; a su vez, eso sesga las estrategias de estímulo del empleo, del emprendedurismo, las decisiones fiscales y otras, que resultan insuficientes o inadecuadas para mejorar las condiciones de vida y de trabajo de las mujeres. La seguridad y los hábitos de movilidad de las mujeres no son tomados en cuenta al diseñar arquitectura pública, infraestructura, iluminación, rutas de transporte y otros servicios, lo que las hace más vulnerables que los hombres en los espacios públicos.

En educación, las brechas de datos diferenciados dificulta el trazo de políticas y programas que aborden las barreras estructurales que enfrentan las niñas y las adolescentes para estudiar, para permanecer en el sistema educativo y para escoger carreras no tradicionales y con mejor salida laboral.

En pleno siglo XXI globalmente una ingente cantidad de personas, particularmente miles de tomadores de decisiones en todas las actividades humanas, aún no comprenden las características y necesidades propias de la población femenina, no consideran importante que se les reconozcan los mismos derechos y se les garantice su pleno disfrute.

Para poder cerrar las brechas en un mundo en que los datos son cada día más determinantes para la toma de decisiones, la identificación de prioridades y la asignación de recursos, es necesaria la recopilación y el manejo de todos los datos desagregados por sexo. Solo así es posible identificar con certeza dónde hay discriminación y subrepresentación femenina, por qué y en qué afecta la igualdad de derechos y de oportunidades, y plantear soluciones efectivas.

Publicado en La Nación el 8 de marzo de 2023

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