Análisis de las elecciones presidenciales de 2018 en Costa Rica. Publicado en el libro colectivo Tiempos de Travesía, publicado por FLACSO, el IFED y la Fundación Konrad Adenauer en septiembre de 2019.
El libro se puede leer completo en: Tiempos de Travesía
Las elecciones siempre fueron un evento importante en mi familia, por lo que de la infancia tengo abundantes recuerdos de plazas públicas, frases lapidarias y aplausos atronadores, de caravanas coloridas y caseríos embanderados. Tenía 14 años la primera vez que trabajé en una elección, como guía de votantes en la Escuela República de Nicaragua en Barrio Cristo Rey. De ahí en adelante, con una profunda emoción he participado activamente durante las campañas y en el propio día de los comicios, con 2 excepciones: en 1990 y en 2018 porque estaba estudiando fuera del país. Menciono esto, porque aparte de las condiciones atípicas que caracterizaron a estas elecciones en general, para mí en particular fueron distintas porque las viví desde el exterior e incluso voté fuera del país.
En 1990 estudiaba en Bélgica y me enteré del resultado por una de las pocas llamadas telefónicas que uno se podía permitir; sin internet ni redes sociales, la información que recibí sobre la campaña electoral fue casi nula o nula. Aún no existía el voto en el extranjero, así que esa ha sido la única campaña en la que no participé ni voté, a pesar de haber colaborado durante los meses previos en la formulación del contenido social del programa de gobierno del partido Unidad Social Cristiana.
En 2017-2018 estaba realizando una maestría en Cambridge, Massachusetts, EEUU. Para ejercer mi voto tuve que trasladarme a Newark, en el Estado de New Jersey. La experiencia de votar en el extranjero fue una novedad interesante y emocionante, pero no exenta de inconvenientes. En pleno invierno tuve que trasladarme en avión, tren y autobús para llegar al lugar en el que se instalaron las urnas de votación y tuve que costearme la estancia de una noche de hotel. No hay duda de que la posibilidad de votar en el extranjero, en especial en países lejanos y en uno tan grande como los Estados Unidos, tiene un costo exorbitante tanto para el TSE como para quienes tienen que trasladarse largas distancias para ejercer su derecho. Asimismo, ese costoso esfuerzo es solo para la elección presidencial dado que, como las circunscripciones electorales para las candidaturas al Congreso son las provincias, quien vive fuera de Costa Rica no puede votar para diputados al no ser residente en ninguna provincia. Es pertinente en este punto recordar que, aunque nuestro régimen es presidencialista, la capacidad de maniobra autónoma de la presidencia de la República ha sido debilitada por un sistema de frenos y controles exacerbado, sumado al peso que tiene la Asamblea Legislativa en el proceso de toma de decisiones; de ahí que sea deseable que quienes residen fuera del país puedan también votar por los miembros del Congreso. El voto en el extranjero es un avance importante de nuestro sistema electoral, pero se requieren reformas legales y/o constitucionales para hacerlo más expedito y accesible, de modo que se pueda realizar electrónicamente o a través del correo tradicional. Asimismo, la división electoral en provincias está totalmente obsoleta y debe ser parte de las reformas al sistema de elección de diputados que, entre otras muchas ventajas, permitiría a los electores en el extranjero, votar también por los diputados[1].
A diferencia de la casi total incomunicación en que viví la elección de 1990 esta vez, gracias al avance de las comunicaciones, pude mantenerme bastante informada a pesar de la distancia física y de la escasez de tiempo libre. Facebook y Twitter fueron medios fundamentales de información en todos los niveles socioeconómicos, de noticias tanto verdaderas como falsas, mientras Instagram irrumpía para compartir fotos; al menos un candidato recurrió incluso a la aplicación de citas románticas Tinder para pescar votantes. Pero en términos de propagación de información, lo verdaderamente novedoso este año fue que la plataforma de mensajería WhatsApp se usó con una intensidad inédita para compartir audios, videos, artículos, noticias y comentarios tomados de otras redes sociales o de medios tradicionales, hasta noticias y encuestas falsas. A menudo, el mismo contenido me llegaba de muchas personas distintas o era compartido en varios “chats”. La saturación de mensajes desbordó la capacidad de cualquiera de leer cada cosa que recibía, al tiempo que hacía imposible desconectarse del proceso electoral. De esa forma fui viendo desenvolverse, como una película, un proceso electoral atípico en muchos sentidos.
Ya la campaña del 2014 había estado llena de eventos inéditos; para comprender bien los eventos del 2018 hay que tomar en cuenta los antecedentes de esa elección anterior. En primer lugar, hace 4 años las redes sociales ya tenían una penetración importante en la sociedad costarricense, lo que hizo que por primera vez el proceso electoral se viviera tanto en la calle y en los medios tradicionales, como en las redes de Facebook y Twitter. No había llegado el pico del auge de los “influencers”, WhatsApp tenía aún limitaciones en cuanto al tipo de archivos que se podían compartir, y no se había desarrollado la herramienta Facebook “Live” que permite subir videos en tiempo real; a pesar de eso, en 2014 las redes fueron las grandes protagonistas; a través de ellas se viralizaban fotos y videos, y se compartían noticias febrilmente.
El haber participado en 2014 con una postulación para el cargo de 2da vicepresidenta, me dio una perspectiva privilegiada, pues de forma proactiva me sumergí en el mundo de las redes sociales y pude valorar el peso que estaban adquiriendo en el proceso de información y decisión de los votantes. Por decisión personal yo misma administraba mis perfiles en Facebook y Twitter, subía publicaciones a lo largo del día, vigilaba lo que hacían los contendores y en las noches dedicaba largos ratos a dialogar o debatir en diversos foros virtuales. Sin embargo, aún había entre los operadores de la política escépticos de la relevancia de tener fuerte presencia en las redes digitales, que continuaron concentrando la mayoría de los recursos en las estrategias electorales tradicionales. Los resultados demostraron lo contrario. No hay duda de que el buen manejo de comunicación en las redes, sumado a que el partido Acción Ciudadana era probablemente el que tenía más electores que eran usuarios de ellas, fueron factores clave en el éxito del candidato Luis Guillermo Solís. Inclusive, creo que a pesar de que quedó claro que mucha gente es capaz de utilizar las redes también de forma destructiva y negativa, la participación en ellas revitalizó la campaña y encendió el sentimiento ciudadano que terminó siendo capitalizado principalmente por el PAC. Lo ocurrido hace 4 años fue un abrebocas del peso que tendrían las tecnologías de la comunicación y las redes sociales en el desenvolvimiento de la campaña del 2018, en la que los candidatos, algunos de ellos con mucho éxito[2], se saltaron los medios tradicionales para hacer anuncios en momentos clave, y comunicarse directamente con los votantes en tiempo real. La sociedad civil, como un actor político más, también utilizó las redes intensivamente, primero de forma espontánea, y luego organizada y estratégicamente, incidiendo en el resultado de la segunda vuelta. Pero sobre eso volveremos más adelante.
El de 2018 fue un proceso con un nivel de ruido superior al 2014 y a todos los anteriores. Estuvo secuestrado por emociones y valores religiosos, se sobredimensionaron hechos irrelevantes, los ataques calaron mucho más que las propuestas y hubo exceso de información chatarra. Dentro de ese torbellino, el electorado se polarizó en pocas semanas y se volcó finalmente por dos candidatos jóvenes que tan solo semanas antes eran inviables: Carlos Alvarado, el candidato de gobierno, y Fabricio Alvarado, un diputado, cantante y predicador evangélico.
La cantidad de indecisos a lo largo de casi toda la campaña y la volatilidad de la preferencia de los votantes fueron otras novedades del proceso de 2014 que se repitieron en 2018. En ambas elecciones el descrédito de los partidos y de los actores políticos en general, el fuerte desgaste del gobierno saliente, el desdibujamiento ideológico de los partidos, el surgimiento de varias agrupaciones nuevas, la irrupción mediática de actores del tipo “outsiders” o anti-sistema – la cual les aportó una extraordinaria relevancia, en particular en 2018, aunque carecieran de una trayectoria brillante previa a la campaña-, y la insólita cantidad de eventos inesperados, fueron algunos de los factores causantes de esa volatilidad electoral. Hubo demasiada generación de información nueva, a menudo contradictoria, y poco tiempo para procesarla. De hecho, según el Informe de resultados de la encuesta de opinión sociopolítica realizada en enero de 2018 por el Centro de Investigación y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica[3], los 3 factores de mayor incidencia en la decisión de voto fueron en primer lugar las noticias, en segundo los debates, y en tercero las redes sociales.
Con respecto a los debates presidenciales, en 2014 el panel de votantes realizado para el vigésimo Informe del Estado de la Nación[4], permitió concluir que aquellos no fueron determinantes para la decisión de los electores entrevistados[5]. En 2018 los debates fueron más determinantes en gran parte porque ofrecieron formatos diferentes y porque funcionaron como cajas de resonancia de las circunstancias tan cambiantes a lo largo de las 6 semanas previas al 4 de febrero. En 2014 había 5 partidos prominentes y los 5 candidatos fueron invitados a todos eventos. Este año, el sube y baja de candidatos y partidos en las encuestas, además contradictorias, no ofrecía un grupo estable de favoritos. Además, la presencia de candidatos populistas, de verbo inflamado y posturas intransigentes en algunos temas sensibles para la población costarricense, contribuyó a crear gran expectativa en cómo se conducirían en los debates. Ante ese contexto, algunos medios decidieron ganar audiencia incluyendo a aspirantes aún con pocas probabilidades de ganar, porque su asistencia contribuía al espectáculo. En consecuencia, además de darles visibilidad en las noticias diarias, con cierto capricho excluyeron o incluyeron candidatos en los debates e introdujeron formatos más provocadores, con el fin de subir la temperatura del gran show electoral; y lograron su cometido. Les dieron a esos personajes una exposición de lujo, con un alcance que probablemente algunos de ellos no habrían obtenido jamás. A modo de ejemplo, cito la presencia del Dr. Hernández en el debate de uno de los canales más importantes, cuando su porcentaje de preferencia en las encuestas era irrelevante; pero su presencia garantizaba sangre en el duelo con Piza, quien de forma consistente se venía disputando el 3er lugar en las encuestas; Piza salió malherido del encuentro, sin que por ello Hernández aumentara en la intención de voto; fueron otros los que capitalizaron el evento, lo cual probablemente no era parte del plan de los organizadores; o tal vez sí. En todo caso, ciertamente, los debates jugaron un rol determinante, como muestra el Informe citado.
Entre octubre y febrero muchísima gente cambió su preferencia de voto. Conforme ocurrían eventos que no formaban parte del guión histórico de las campañas costarricenses, la frialdad inicial del electorado fue dando paso a un interés creciente en el proceso electoral y en la variopinta oferta de personajes participantes. Después de haber roto el predominio de los 2 partidos que tradicionalmente se habían turnado en el poder, el Partido Acción Ciudadana se vio muy golpeado por un gobierno mediocre y por el escándalo de corrupción más grave en nuestra historia reciente, lo que hizo que una marcada indecisión en la preferencia de candidatos se mantuviera a lo largo de un proceso lleno de sorpresas. El desenlace era difícilmente predecible un par de meses antes de la elección.
En 2014 asistimos al final de una era histórica: el bipartidismo, enterrado por la victoria del PAC en la Presidencia de la República, el cual desde 2002 venía desafiando a los dos partidos tradicionales a través de una presencia creciente en el Congreso. En 2018 asistimos a la irrupción de varios fenónemos sociales inéditos que se venían fermentando desde hacía años y se concretaron con fuerza en esa elección, probablemente para quedarse. A mi juicio, los más relevantes fueron: la concentración mediática y electoral en un tema irrelevante apenas pocas semanas antes de la elección; el ascenso repentino y contundente de un candidato y su agrupación evangélica neo pentecostal; por primera vez Liberación Nacional quedó fuera de la segunda ronda electoral (hecho cuyas múltiples causas ameritarían un artículo aparte); la posibilidad de que nuestro pueblo elija un presidente populista se perfiló como factible; un segmento grande de la ciudadanía fue movilizada a partir del llamado desde una plataforma virtual sin existencia jurídica, conformada mayormente por jóvenes de clase media, con el sugestivo nombre de Coalición por Costa Rica; por último, la firma de una alianza para gobernar suscrita por los candidatos de 2 partidos ideológicamente dispares, con miras a ganar la segunda ronda, le sumó a quien a la postre ganó las elecciones, una parcela del electorado que de otra forma nunca habría votado por el PAC.
El 9 de enero de 2018, a menos de un mes de las elecciones, sucedió un parteaguas en la campaña que la cambió de forma definitiva: se conoció una opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que reconocía derechos a las parejas del mismo sexo. Hasta ese día, la mayor preocupación de los partidos más grandes y de los electores con hondas convicciones democráticas era que un candidato de talante populista llamado Juan Diego Castro, montado en un taxi electoral llamado Partido Integración Nacional, se enfilaba con mucha fuerza a Casa Presidencial.
Castro, un abogado muy conocido en el ámbito nacional e invitado frecuente a programas de radio y televisión, dio un uso intensivo e innovador de las herramientas de Facebook y logró que su discurso incendiario ilusionara durante varios meses a una buena parte del electorado; solamente los indecisos eran más que quienes de octubre a diciembre creían que la corrupción, la inseguridad y la ineficiencia serían eliminadas de golpe, si Castro ganaba la presidencia. El populismo había aterrizado en nuestra tierra, hasta entonces dueña de un récord democrático ejemplar. La opinión de la CIDH cambió todo eso y produjo una estampida de electores hacia una tienda hasta entonces desdeñada por la mayoría: la evangélica neo pentecostal. Los tópicos usuales en las contiendas electorales se destiñeron ante la fuerza de tres temas insólitos[6]: la amenaza de que las personas del mismo sexo pudieran casarse, el aborto y el contenido de las guías de educación sexual.
Otros candidatos trataron de lucrar de la carta conservadora, apostando a que la mayoría del electorado costarricense es creyente, mayoritariamente católico[7]. Por ejemplo, 7 candidatos presidenciales asistieron a la “Marcha por la vida y la familia”, entre ellos Álvarez Desanti y Piza Rocafort, cuyos nombres consistentemente venían apareciendo dentro de los primeros 4 lugares de las encuestas[8], gesto que a mi parecer contribuyó a dividir más a la población y que favoreció únicamente a los dos candidatos de apellido Alvarado ubicados en las posiciones extremas con respecto a la opinión de la CIDH, que en diciembre de 2017 a menos de 2 meses del día E, juntos apenas alcanzaban el 8% de la preferencia de voto[9] . Por su parte, Juan Diego Castro, el más disruptivo y quien se mantuvo de primero durante buena parte de la campaña, cedió también ante el riesgo de perder votos conservadores[10] para auto identificarse como un abogado católico que haría respetar los valores tradicionales. En síntesis, en el lado conservador del espectro se apelotaron 9 de los 13 candidatos presidenciales.
Del lado opuesto, se ubicaron Carlos Alvarado del partido oficialista de centro izquierda (PAC), los de extrema izquierda Edgardo Araya del Partido Frente Amplio y John Vega del Partido de los Trabajadores. El único candidato no de izquierda que apoyó el matrimonio igualitario fue Sergio Mena del Partido Nueva Generación. Hasta antes del 9 de enero, ninguno de los 4 candidatos tenía opciones previsibles de pasar a la 2da ronda, y aún menos de ganar. Sin embargo, el inicio de año traería una noticia que cambiaría radicalmente el guión de la contienda.
A pesar de que en 2014 el candidato presidencial del Frente Amplio quedó en un sorpresivo 3r lugar con 17.25% de votos válidos y logró llevar a 9 frenteamplistas a la Asamblea Legislativa, en 2018 Edgardo Araya no despegó del piso de las encuestas. Sin la personalidad confrontativa ni el favor mediático de José María Villalta -que había gozado de un trato especial de parte de ciertos medios que durante años le dieron una inusual visibilidad para tratarse de un diputado minoritario y de extrema izquierda –, y cargando con el pobre rendimiento de la fracción legislativa que, además, protagonizó varias controversias, el candidato del Frente Amplio no pudo repetir la hazaña de su antecesor. El desgaste de la imagen del FA por supuesto no beneficiaba tampoco a Vega, que no llegó ni siquiera al 0.5%. Mena, por su parte, no era una cara nueva ni tan joven como el nombre de su partido sugiere, y carecía de un mensaje sólido y diferenciador. El único que contaba con cierto favor de parte del electorado era Carlos Alvarado, quien sin embargo debía cargar “con los muertos” del escándalo conocido como el “Cementazo” que envolvió a varias figuras del PAC, incluido el mismo Presidente de la República. Asimismo, con escasas excepciones, el desempeño del gobierno del que el mismo Alvarado formó parte, fue muy mediocre – si bien no había nada particular que reprochar a Alvarado por su labor, y había logrado desmarcar su imagen personal de la del entonces Presidente Solís-, y cuyo bajísimo índice de popularidad en 2018 era proporcionalmente opuesto al alto índice con que arrancó el mandato en 2014[11]. A pesar de todo lo anterior, en diciembre Alvarado había logrado colarse en el 5to lugar en las encuestas, y a partir de enero, fue el único de los que apoyaban el matrimonio igualitario y los programas de educación para la sexualidad, que pudo aglutinar el voto progresista, aún los desencantados con el PAC. Así pasó, sorpresivamente, a la segunda ronda con 21.66% de los votos[12].
Los chivos expiatorios fueron los aspirantes por los partidos tradicionales. El liberacionista Antonio Álvarez Desanti empezó con buen posicionamiento, pero sin encantar a los votantes; por ser el candidato del partido más grande y que más veces ha gobernado, era el blanco más obvio para los cargos de corrupción, ineficiencia y prácticamente todos los males que aquejan al país. Sufrió ataques perennes desde todos lados; en particular, sufrió un ataque sin cuartel de parte de Juan Diego Castro, quien con esa estrategia logró inflarse durante los primeros meses, hasta que el meteorito del matrimonio igualitario relegó los demás asuntos a un plano secundario y pinchó el globo de Castro quien terminó en 5to lugar con menos del 10% de preferencia de voto.
Por su parte, Rodolfo Piza había logrado un repunte consistente y fundamental para el PUSC, pero al final cargó con parte de las culpas endilgadas a los “partidos tradicionales”, y de forma particular tuvo que lidiar con el ataque constante de Rodolfo Hernández, del Republicano Social Cristiano, un partido creado con el fin de disputarse a los votantes socialcristianos; el Dr. Hernández terminó de 6º con menos de 5% de los votos, porcentaje inicuo dentro del total nacional, pero que fue determinante en la derrota de Piza. Si los socialcristianos se hubieran consolidado en torno al PUSC, su candidato habría quedado sin duda de 3ro y quizás, sin el desgaste que le significó tener que defenderse de Hernández, habría podido captar un mayor porcentaje del voto cristiano, y meterse en la segunda ronda en vez de Fabricio Alvarado.
En los primeros meses de la campaña los medios decían con frecuencia que el grupo mayoritario era el de indecisos. Sin embargo, había otro grupo mas grande, pero más difícil de detectar: me refiero a los miedosos. El miedo con sus varios vestidos llevó a la gente a cambiar de preferencia varias veces, hasta finalmente ejercer un voto defensivo con el cual eligieron no al que consideraban el mejor candidato con el mejor plan de gobierno, sino a aquel que fuera capaz de protegerlos de lo que más temían. Ya en 2014, con la máscara del comunismo, el miedo llevó a muchos electores a votar por el que parecía tener más probabilidades de ganarle a Villalta, aunque no fuera su predilecto. En 2018, por unos meses nos asustó el miedo al populismo; luego asomaron otros que se hicieron totalmente evidentes en el proceso de segunda ronda: para unos la amenaza a la familia tradicional y para otros el riesgo de un gobierno oscurantista. Y como el miedo es irracional, así se comportaron la mayoría de los electores entre febrero y abril, metidos en una espiral de hostilidad inverosímil, en especial porque el 60% de los electores no había votado por ninguno de ellos. La sociedad se dividió en dos bandos irreconciliables para apoyar a sendos candidatos que en la primera ronda para la mayoría ni siquiera eran aceptables. Y fue la polarización más salvaje y apasionada que haya visto antes. El único antecedente de una división semejante fue durante el referendo sobre el TLC, pero en aquel entonces no existían las redes sociales ni WhatsApp. En 2018, las redes bullían con exageraciones, mentiras, acusaciones, memes, insultos, burlas y descalificaciones ad hominem, que saltaron del mundo virtual al real, creando conflictos entre amigos y familiares, con un apasionamiento muy superior al de la primera vuelta, en la que existía la opción de votar por quien se quisiera.
Uno de los giros más relevantes de estas elecciones fue la irrupción en las ligas presidenciales de un candidato evangélico neo pentecostal. Fabricio Alvarado no era el único aspirante por un partido evangélico; había 4. Pero quizás por su juventud, su experiencia como presentador de noticias, pastor y cantante cristiano, fue el único que se destacó lo suficiente para alcanzar en los últimos meses de 2017 unos cuantos puntos en la preferencia de voto[13]. Asimismo, a partir de la bomba de la CIDH fue el único entre todos los aspirantes que adversaron la opinión consultiva, que supo explotar de forma creíble la carta conservadora, al tiempo que capitalizó el enojo ciudadano con la corrupción, la política y los partidos que han gobernado.
La presencia de diputados evangélicos en el Congreso costarricense empezó hace 20 años, cuando por primera vez un pastor llamado Justo Orozco conquistó una curul. A partir de entonces, la presencia de esta corriente religiosa en la política creció de la mano de la penetración en el país y en América Latina de las iglesias neo pentecostales – hoy en día en Costa Rica hay más de 3500 -. Según un reportaje investigativo del periódico La Nación[14], el apoyo a los partidos confesionales en las elecciones al Congreso ha subido del 2,7% del electorado en 1998 a 22,3% en 2018. En 5 elecciones pasaron de 1 partido a 3[15], de 1 diputado a 14; actualmente ocupan el 24,5% del total de escaños. Su mayor arraigo está en las zonas costeras y en las comunidades más vulnerables.
En la contienda presidencial de comentario, en 23 de los 28 cantones costeros que solían ser ganados por el PLN, que es el partido más grande y cuenta con la mayor nacionalización partidaria[16], los electores se decantaron masivamente por el candidato evangélico de Restauración Nacional. De hecho, Fabricio Alvarado, quien llegó a la Asamblea Legislativa en 2014 por rebote[17], logró arrebatarles al PLN y al PAC una cantidad significativa de cantones que solían tener asegurados. En las elecciones legislativas, si bien los resultados no fueron tan favorables para el partido cristiano, su crecimiento fue muy significativo, principalmente gracias al apoyo en las provincias costeras. Restauración Nacional ganó 3 de 5 escaños en Limón, y 1/3 de los escaños de la costa pacífica. También ganó en la mayoría de las comunidades más pobladas y pobres de San José y en 2 de sus cantones rurales más grandes.
Fabricio Alvarado supo capitalizar el miedo que representan cambios socio culturales como los que auguraba la opinión de la CIDH y metió de lleno la religión en la política, lo que disparó su popularidad incluso entre votantes católicos. La Iglesia Católica costarricense cometió el grave error de no desmarcarse del candidato pastor, quien llegó hasta el extremo a afirmar que si ganara sacaría a Costa Rica del sistema interamericano de Derechos Humanos; por el contrario, con el silencio cómplice de las autoridades clericales[18], muchos sacerdotes católicos endosaron las posiciones de Alvarado y permitieron la distribución de panfletos en las puertas de los templos.
Irónicamente, precisamente lo que propulsó al candidato de Restauración Nacional como la espuma, lo hizo perder. Me explico: la masa de católicos que lo apuntaló al principio por la coincidencia de valores (pro vida, familia tradicional, etc.), en la segunda ronda le retiró súbitamente el apoyo cuando se descubrió que el mentor de Alvarado, un predicador de supuesta fama internacional, había atacado fuertemente a la Virgen de los Ángeles, Patrona de Costa Rica, nuestra querida “Negrita”. Ni siquiera el endoso de una buena parte de la dirigencia verdiblanca y de un segmento del electorado de derecha, impidió la caída. En abril de 2018 perdió en segunda ronda ante el candidato oficialista por una diferencia significativa de alrededor de 20%[19].
El crecimiento vertiginoso de un candidato novato, desconocido para la mayoría de los ciudadanos hasta pocas semanas antes de la elección, carente de una propuesta programática integral para el desarrollo del país, así como de otros atestados que normalmente se espera que posean quienes aspiran a ocupar el más alto cargo del gobierno, no se explica solamente a partir de las argumentaciones sociológicas y políticas citadas hasta ahora. La suscrita tiene la hipótesis de que también hay una razón de ingeniería constitucional de nuestro sistema electoral: me refiero a la prohibición de postularse a reelección legislativa de forma inmediata.
La prohibición de reelección sucesiva se introdujo en la Constitución vigente que data de 1949, como reacción a las enquistadas prácticas clientelares que habían predominado en el escenario político anterior. En el Acta 49 de la Asamblea Nacional Constituyente consta el discurso del constituyente Rodrigo Facio Brenes quien dijo que la no reelección inmediata de los diputados “es una aspiración nacional, porque bien sabemos lo que han hecho y cómo se han reelecto algunos señores que han pasado veinte años o veinticuatro años sentados en el Congreso; porque creemos que así se destruyen las clientelas electorales y, en gran parte, el servilismo del Diputado frente al Presidente de la República.”[20]
Esa decisión, tomada al calor de la experiencia local y coyuntural, sin la luz de la doctrina y el Derecho comparado, poco a poco fue debilitando nuestro aparato político y la capacidad de tomar decisiones de calidad de forma oportuna.
El no permitir la reelección sucesiva de los miembros del Congreso tiene efectos, claro está, en la calidad de la labor legislativa[21]. Cada 4 años desechamos el conocimiento y la experiencia adquirida, impedimos la especialización y la profesionalización de nuestros representantes políticos[22]. Más grave aún, desincentivamos el buen desempeño y la necesaria rendición de cuentas. Así, la Asamblea Legislativa se convierte en una máquina expendedora de políticos amateur que para mantenerse vigentes deben buscar colocación en algún otro cargo o volver al anterior, si es que pueden. Ese ciclo produce desperdicio de recursos de todo tipo y genera varios problemas que no detallaré, por no ser el objeto de este ensayo. Me concentrará únicamente en tratar de explicar cómo ese mal diseño constitucional en lo legislativo puede haber contribuido a la atipicidad de las campañas presidenciales recientes, y nos ha colocado al borde de elegir a políticos apenas en formación o carentes de los atributos deseables y necesarios para el cargo de mayor peso[23].
La mayoría de los políticos no son estadistas, lo cual no los hace malos políticos; pero hasta en ese oficio hay nichos y especializaciones. No todo aquel que ha sido alcalde, ministro o diputado, tiene pasta de jefe de Estado. En buena teoría, los partidos políticos son responsables de preparar a sus cuadros debidamente y pasarlos por una necesaria criba y preselección, de modo que quienes lleguen a ocupar los diversos cargos, sean las personas más aptas; pero nuestro sistema de partidos está muy deteriorado y nada ocurre como dicta la teoría. Eso incide directamente en la calidad de la clase política en general. Las fracturas que cada cuatrienio sufren varias fracciones legislativas, a veces desde muy temprano como ocurrió este año, son reflejo de la falta de coherencia y cohesión interna. Asimismo, la forma tan fortuita en que llegó a ocupar una curul[24] el candidato de Restauración Nacional, quien carecía de formación y de experiencia política, es solo un ejemplo de la pérdida de capacidad de los partidos de preparar y producir liderazgos políticos.
A pesar de su escasa formación política, Fabricio Alvarado representaba bien a su electorado; su agenda en el Congreso se centró mucho en la protección de la niñez y la familia, y su oposición a la legalización del cannabis de uso medicinal, la fecundación in vitro y la regulación del aborto terapéutico. Eso es precisamente lo que esperaban de él las poco más de 84,000 personas que votaron por la papeleta de diputados de Restauración Nacional en 2014. Si la reelección sucesiva fuera permitida, muy probablemente Alvarado se habría postulado para un segundo periodo; si existiera la carrera parlamentaria, no es osado pensar que habría continuado en el Congreso varios años más, compaginando el ejercicio legislativo con la labor de predicación[25], que le aseguraría permanentemente los votos necesarios para reelegirse las veces que quisiera.
La imposibilidad de optar por la reelección inmediata fue sin duda el aliciente para que Alvarado entrara en la contienda presidencial, no con el fin de alcanzar la Presidencia – pues realísticamente eso no era viable antes del anuncio de la opinión de la CIDH -, sino de abrirle campo a un sucesor de su curul a la vez que le daría visibilidad a su nombre con miras a regresar a la Asamblea 4 años después. Pasada la elección, de resultar electo otro diputado de su partido, probablemente él habría fungido como su asesor en el despacho legislativo, para postularse de nuevo en 2022. Y así sucesivamente, sin descuidar su ministerio pastoral.
El éxito de su campaña presidencial tuvo como efecto colateral que no 1, sino 14 miembros de RN, se vieran sorprendidos con que ganaron una curul legislativa. De esos 14, la mayoría no solo no contaban con llegar al Congreso, sino que no tenían ninguna preparación previa para el cargo. Lo mismo ocurrió en 2014 al partido Frente Amplio, que gracias al vuelo que tomó la campaña de José María Villalta – quien había representado con eficiencia y efectividad al electorado de izquierda extrema-, pasó de su histórica fracción unipersonal a una de 9 diputados, la mayoría legos en política pública y en el arte de la política, y con débil cohesión grupal. Al igual que en el caso de Alvarado, me atrevo a especular sin temor a equivocarme, que por su juventud y lo su sobresaliente paso por el Congreso, Villalta habría optado al menos una vez por la reelección inmediata, antes de pensar siquiera en postularse para la presidencia de la República, y su intervención en la campaña se habría limitado al ámbito legislativo; pero, como sabemos, la historia fue muy distinta. La participación del candidato frenteamplista tuvo efectos atómicos en la campaña. Una de las consecuencias fue que contribuyó a exacerbar la fragmentación partidaria en la Asamblea, que por primera vez quedó compuesta por varios partidos pequeños y medianos, sin que ninguno tuviera mayoría suficiente. En esos 4 años se dificultaron enormemente la gobernabilidad, la gestión y la toma de decisiones.
La caída del bipartidismo marcó el funeral de una era en la que la toma de decisiones era más expedita, pero más opaca, y no siempre se tuvo el bienestar general como fin primordial. Estamos viviendo el inicio de una era distinta que aún no ha terminado de consolidarse, producto de una crisis del sistema democrático. Los partidos y los actores políticos están más desacreditados que nunca; el modelo de elección de diputados y quizás el propio modelo presidencialista están agotados; la regulación del financiamiento político tiene graves falencias que alientan las matráfulas y producen inequidad; el reglamento legislativo es la mejor arma para paralizar la toma de decisiones; el sistema electoral no ofrece un ejercicio del voto informado producto de procesos amplios de deliberación y de selección transparente de los miembros del Congreso. Esa opacidad, sumada al creciente desenchufe de la ciudadanía con respecto a la política, ha permitido que los partidos descuiden la calidad de las personas con que llenan las listas provinciales, con el consecuente descrédito del Poder Legislativo, y el entrabamiento del Ejecutivo.
La lista de problemas que hicieron que se diera la tormenta perfecta en el proceso electoral de 2018 se viene fraguando desde hace varias décadas. Pareciera que en esta elección se llegó al clímax. Es decir, ya no puede ocurrir nada peor, se dice mucha gente. Pero si no abordamos esa lista y damos solución uno por uno a los problemas, quizás nos encontraremos en un Armagedón electoral a la vuelta de 4 años.
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Notas al pie de página
[1] Si llegara a aprobarse la reforma propuesta por la Asociación Poder Ciudadano ¡Ya!, “Poder Ciudadano Ya | Nuestra Propuesta” que busca la adopción de un Sistema Mixto Proporcional para la elección de la Asamblea Legislativa, los electores residentes fuera del país podrían votar por los candidatos a diputados de la lista nacional.
[2] Juan Diego Castro, Carlos Alvarado y Fabricio Alvarado fueron los más hábiles en el uso de Facebook Live, logrando disparar las reproducciones de sus videos a niveles desconocidos para figuras políticas nacionales, lo que luego les valió la atención de los medios de comunicación tradicionales, con efectos exponenciales.
[3] Centro de Investigación y Estudios Políticos, “Informe de resultados de la encuesta de opinión sociopolítica, enero 2018.”p.14
[4] Programa Estado de la Naación, “Informe del Estado de la Nación en Desarrollo Humano Sostenible No20. Capítulo 5: Fortalecimiento de la Democracia.,” 250–51.
[5] El XX Informe aclara que se requieren más estudios a profundidad para corroborar esa hipótesis.
[6] En 2014 había ocurrido algo semejante cuando se posicionó en la agenda electoral la amenaza del comunismo representado por José María Villalta y el Frente Amplio. Esa campaña estuvo llena de curiosidades y de eventos inesperados, que facilitaron un posicionamiento inédito para un partido de extrema izquierda como el FA. A su vez, el rápido crecimiento de Villalta distorsionó el curso del proceso movilizando a los votantes de forma errática e impredecible, lo cual le valió un ataque feroz de algunos candidatos y del sector privado de la sociedad. El apoyo a Villalta mermó significativamente, pero el FA logró ganar una tajada grande de curules legislativas.
[7] “Con respecto a la religión, para el 70.3% de las personas encuestadas, la religión es muy importante y de aquellos que dicen ser religiosos 71.8% son católicos.” Comunicación CIEP, “Costarricenses son mayoritariamente católicos y conservadores.”
[8] Cerdas, “Multitudinaria marcha impulsa a la Iglesia a reforzar mensaje en favor de la vida y la familia – La Nación.”
[9] Centro de Investigación y Estudios Políticos, “Informe de resultados de la encuesta de opinión sociopolítica, enero 2018,” 15.
[10] Chinchilla, “Debate organizado por Iglesia.”
[11] Centro de Investigación y Estudios Políticos, “Informe de resultados de la encuesta de opinión sociopolítica, diciembre de 2017.,” 11.
[12] Tribunal Supremo de Elecciones de la República de Costa Rica, “Estadísticas Electorales y Civiles.”
[13] Centro de Investigación y Estudios Políticos, “Informe de resultados de la encuesta de opinión sociopolítica, diciembre de 2017.”6.
[14] Salazar, “Voto por diputados evangélicos se triplicó en cinco elecciones – La Nación.”
[15] Al momento de escribir estas reflexiones, la fracción del partido Restauración Nacional originalmente compuesta por 14 legisladores, se fraccionó y perdió 8 de sus miembros, quienes se declararon independientes, de conformidad con lo que permite nuestro Ordenamiento Jurídico. Sin embargo, han manifestado que se mantendrán como un solo bloque afín al excandidato presidencial Fabricio Alvarado, quien dice estar en proceso de inscribir un nuevo partido. En consecuencia, para 2022 podrían ser 4 o más las agrupaciones de corte evangélico que postulen candidatos tanto para el Ejecutivo como para el Legislativo.
[16] La doctrina entiende por nacionalización partidaria el nivel de presencia institucional y de arraigo de los partidos en todo el territorio de un país. Como nota adicional, es pertinente apuntar que el éxito obtenido en esta contienda sumado al contingente de más de 3500 iglesias distribuidas a lo largo y ancho del territorio nacional, podría convertir a las agrupaciones neo pentecostales en las de mayor nacionalización partidaria – a pesar de que no me parecen partidos en el sentido científico político del término, sino agrupaciones religiosas que participan en política con vestimenta de partidos-.
[17] Cascante, “Fabricio Alvarado.” En este artículo se cuenta cómo, ante la renuncia del candidato al primer lugar para la diputación por San José, el comité del partido Restauración Nacional buscó a Alvarado por medio de Francisco Prendas, excompañero de estudios y de trabajo, “sabedores de sus facilidades para hablar en público, don de gentes y buena reputación ante la iglesia evangélica y católica”.
[18] Como católica me sentí decepcionada por la posición tan ambigua y a mi criterio desacertada, de las autoridades eclesiales a lo largo de la contienda.
[19] Tribunal Supremo de Elecciones de la República de Costa Rica, “Estadísticas Electorales y Civiles.”
[20] Asamblea Constituyente de Costa Rica 1949, “Versión digital de Actas de Asamblea Constituyente de 1949,” chap. Acta No49.
[21] El desempeño del Congreso costarricense año tras año queda muy mal parado en las encuestas ciudadanas; además, el propio Informe del PEN demuestra la deuda democrática del ente legislativo con base en 4 variables: cantidad, relevancia y calidad de leyes, así como la duración en aprobarlas. Programa Estado de la Nación, “Informe del Estado de la Nación en Desarrollo Humano Sostenible No23, Cap. Fortalecimiento de la Democracia,” 275.
[22] Recientemente el Dr. Gustavo Román Jacobo afirmó que “Nuestras (mundialmente excepcionales) prohibiciones de participación política, nuestro financiamiento político, nuestras prohibiciones de reelección consecutiva, entre otras, parecieran estar pensadas para que la mayoría de nuestros gobernantes sean amateurs y para que en cada combate se jueguen el pellejo de su supervivencia política. En un sistema funcional, perder no debería ser tan malo, para que en la lucha por impedirlo haya menores tentaciones de dinamitar el sistema.” Román Jacobo, “Sin derecho al pesimismo.”
[23] Es de rigor aclarar que esta hipótesis no tiene respaldo científico. Se basa en la observación atenta de varios procesos electorales, del estudio desde hace varios años de doctrina especializada en temas legislativos y del juicio intuitivo que he desarrollado a partir de ello.
[24] Ver cita 16 supra donde se explica cómo Fabricio Alvarado obtuvo su curul en 2014.
[25] En sentencia No. 2014-18643 del 12/11/2014 la Sala Constitucional decretó que solamente los miembros del clero católico tienen prohibición constitucional de ejercer cargos políticos.
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