19 de julio de 2015.
“Hay dos grandes desafíos que vencer. El primero es lograr que un pueblo desapegado de las cosas de gobierno, salga de su concha y se interese por participar y promover las soluciones que desea. El segundo es cómo “puentear” a la clase política para que las leyes sean el resultado directo de la verdadera voluntad nacional.”
La democracia representativa es hasta ahora el mejor sistema de gobierno existente y en los últimos 25 años ha ganado terreno en el planeta. Pero es imperfecta, y está pasando por tiempos difíciles en el mundo en general y en Costa Rica en particular. Según el Latinobarómetro en 1996 80,3% de los costarricenses consideraba la democracia como la mejor forma de gobierno, sólo 6,8% aceptaría un gobierno autoritario en algunas circunstancias, y sólo a 8% le daba igual que el régimen fuera democrático o no; en cambio, en 2013 la adhesión a la democracia bajó a un preocupante 53%, un gobierno autoritario sería aceptable para 16,9%, y 20,8% aceptaría cualquier régimen. Peor aún, sólo 24,9% dijo estar “más bien satisfecho” y “muy satisfecho” con el funcionamiento de la democracia.
Resultados semejantes arroja el Barómetro de las Américas (LAPOP 2015) y en un estudio hecho por investigadores del Estado de la Nación junto con la Universidad de Vanderbilt sobre los resultados del LAPOP, se concluye que comparada con otras naciones del área, Costa Rica sobresale por su respaldo a la democracia, pero ese respaldo ha venido cayendo a lo largo de los últimos 30 años. La capacidad de convivir en democracia se ha ido erosionando progresivamente y ha desembocado en mayores tensiones desestabilizadoras.
Sin duda, la corrupción o la ineptitud de los actores políticos se le han ido achacando al sistema; los ciudadanos se identifican cada vez menos con sus representantes y con los partidos políticos. El cinismo se ha implantado en el pueblo que, paradójicamente, sigue esperando mucho de sus gobiernos: parece que queremos seguir dependiendo de aquello que despreciamos. Por suerte, la democracia tiene la gran virtud de ser mejorable; se puede aceitar y ajustar para que responda mejor a las expectativas y necesidades del pueblo. Pero ese proceso de mejora no tiene visos de que vendrá de los representantes políticos en un plazo pertinente.
Ahora bien, ¿hay correspondencia entre la percepción de inoperancia de la democracia y la realidad? En Costa Rica la ineficacia y la parálisis en áreas fundamentales del desarrollo no se deben a desconocimiento de las soluciones ni a falta de recurso humano calificado para ejecutarlas; la raíz está en la falta de decisión política tanto en la forma (cambios en las reglas con que operan el modelo de elección y de toma de decisiones), como de fondo (la aprobación y ejecución de las soluciones). La cura puede estar entonces en mudar la democracia representativa hacia una democracia participativa, en la que el pueblo tenga una intervención activa y relevante en la toma de decisiones políticas.
Para ello hay dos grandes desafíos que vencer. El primero es lograr que un pueblo desapegado de las cosas de gobierno, salga de su concha y se interese por participar y promover las soluciones que desea. El segundo es cómo “puentear” a la clase política para que las leyes sean el resultado directo de la verdadera voluntad nacional.
El primer desafío es complejo y tarea de muchos actores, entre los que destacan los partidos políticos que, casi sin excepciones, perdieron liderazgo y llevan años tratando infructuosamente de remozarse. Además, el escenario de multipartidismo donde ninguno tiene mayoría y no dominan el arte de las coaliciones, ha exacerbado –a lo interno de la Asamblea y entre esta y el Ejecutivo- la conflictividad y la parálisis. El Presidente, por sus propias fallas y por debilidades propias del régimen presidencialista, tiene poca tracción. Los legisladores se distraen en discusiones irrelevantes y no proveen las soluciones a los urgentes retos en desarrollo humano, económico y social. Los Informes del Estado de la Nación acumulan años de análisis y sugerencias desatendidos.
Por ende, si esperamos a que nuestros representantes nos resuelvan el desafío de recuperar la satisfacción con la democracia, corremos más bien el riesgo de perderla del todo. Eso deja en manos del pueblo mismo, de nosotros, encontrar la vía para recuperar esa ilusión. La democracia participativa es la forma de matar dos pájaros de un tiro; de resolver los dos desafíos al mismo tiempo. Saltándonos a una clase política que no da la talla y haciendo nosotros las propuestas resolutivas lograremos sacar al país adelante, a la vez que podremos volver a confiar en que el sistema funciona.
Nuestro ordenamiento jurídico establece dos herramientas fundamentales de la democracia participativa para reformar parcialmente la Constitución Política y para formar leyes: la Ley de Iniciativa Popular y la Ley sobre Regulación del Referéndum. A pesar de que no son perfectas y le imponen a la ciudadanía obstáculos gravosos para ejercer el derecho soberano a formar y reformar leyes, especialmente para reformar la Constitución, son medios valiosos y están subutilizados. Hasta donde sabemos, sólo dos proyectos de ley han llegado a la Asamblea Legislativa por la Ley de Iniciativa Popular, y sólo el de Ley de Vida Silvestre se ha convertido en ley de la República. En cuanto al referéndum, sólo hemos celebrado uno que fue convocado por el Ejecutivo. Hasta ahora, ninguno convocado por los ciudadanos ha pasado del primer round, que es la autorización del TSE para la recolección de firmas.
Sueño con una época en que celebremos referéndums cada año y que podamos incluso hacerlos por internet. Mientras tanto, me contento con que desempolvemos esa herramienta para empezar a emitir las leyes que nos importan a la mayoría y que no pueden seguir esperando a que nuestros representantes se despabilen. Con cada referéndum que hagamos iremos detectando cuáles reformas requiere su Ley para hacerlo más ágil y accesible; y cuanto más participemos y veamos resultados visibles, más confiados nos sentiremos en nuestro sistema democrático. Empecemos ya a hacer la lista de reformas que queremos. ¿Cuáles son las suyas?
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