Demagogia descarada

Publicado en La Nación el 4 de mayo de 2004.

 

El Parlamento nicaragüense, en un insólito arrebato de solidaridad humana, decidió crear la “Coordinadora Nacional para la Promoción y la Defensa de los Derechos Humanos” de los miles de nicaragüenses que viven en el exterior, entre los cuales destacan los cerca de 700.000 que residen en Costa Rica. Tal preocupación sorprende si se tiene en cuenta que no les inquieta con la misma intensidad la situación y los derechos de los aproximadamente cinco millones que estoicamente aún quedan dentro de su país, pero que a la primera oportunidad seguramente emigrarían, aunque sea para soportar las “duras” condiciones que viven los compatriotas que los han precedido en ese éxodo por mejores oportunidades, aunque los parlamentarios crean, o más bien quieran hacer creer, que no.

Dice una canción que “…desahuciado está el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente”. Es obvio que si Nicaragua ofreciera iguales o mejores condiciones de trabajo, vivienda, educación y salud que Costa Rica, los nicaragüenses no se vendrían por marejadas a nuestro país, no habría allá tantos niños a cargo de sus abuelas, mientras sus madres trabajan aquí para poder mantenerlos, ni habría tantas familias desmembradas. Por supuesto que se quedarían felices en su tierra y entre su gente.

Una vieja treta. Culpar a Costa Rica de los males de Nicaragua se ha vuelto costumbre de los políticos demagogos del norte. Centrar la atención en la emigración es un arma útil para seguir obteniendo ayuda económica de organismos internacionales y de gobiernos benefactores, además de ser una vieja treta de desvío de la atención de su pueblo hacia los efectos de la migración en vez de hacia sus causas, como el saqueo persistente de sus raquíticas finanzas y la incapacidad de resolver sus problemas socioeconómicos. Los políticos y probablemente la prensa nicaragüenses exageran la situación de los compatriotas que viven en Costa Rica: en muchos casos no es peor que la que tenían allá y en su mayoría es mejor. Bien harían en volver la vista hacia adentro, para crear las condiciones necesarias a fin de que los que quedan no se vayan y los que se fueron regresen.

La otra cara de la moneda es que esos inmigrantes son necesarios para el sostén de la economía costarricense. Son los guardas, los operarios de construcción, los obreros agrícolas, las empleadas domésticas, los obreros industriales que hacen todas aquellas labores que los ticos desdeñan. Sin embargo, si bien muchos de los inmigrantes han alcanzado una condición de vida digna, muchos otros viven en situación deplorable –muchos ticos también, es de rigor mencionarlo–, lo que se puede deber, entre otras cosas, a una política migratoria desordenada, sin adecuada previsión y coordinación con todas las instancias públicas y privadas apropiadas.

Caldo de cultivo. Se ha admitido a más inmigrantes de los que la economía y los servicios sociales podían asimilar. Por eso muchos viven en chinchorros minúsculos, donde no tienen ni agua ni ventilación. Eso facilita el que sean promiscuos, poco higiénicos y hasta violentos. La frustración de no encontrar una comida nutritiva, una cama cómoda, una habitación ventilada, cierta privacidad y una ventana, al final de una jornada agotadora, puede desencadenar en cualquier ser humano, de cualquier nacionalidad, sus más bajos instintos. Decir que los inmigrantes delinquen más que los nacionales o que para ellos la vida vale menos que para nosotros, mito que se repite en todas las sociedades que se ven obligadas a convivir con grandes flujos de inmigrantes, es una afirmación simplista y falaz. En vez de excluirlos del sistema, debemos tratar de darles las condiciones adecuadas para que convivan pacíficamente entre ellos y con nosotros, para que salgan de los guetos y se integren a la sociedad como promotores de desarrollo. La inmigración no es un fenómeno exclusivo de Costa Rica, es otro aspecto de la globalización. Pero debemos aspirar a que sea limitada y ordenada, para bien de inmigrantes y de nacionales.

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