COSTA RICA QUIERE DIALOGAR

Abril Gordienko López y Gustavo Román Jacobo

«Por eso tenemos la convicción de que, en el fondo, anhelamos dialogar con empatía y respeto. Y por eso soñamos con que este haya sido el primer paso de algo más grande y ambicioso en esa dirección: la de volver a poner a los costarricenses a conversar con cordialidad cívica y fraternidad genuina.»

La desconfianza es esa sensación desagradable que experimentamos cuando el desconocimiento respecto de algo o alguien nos hace sentir inseguros o vulnerables. Defensivamente, llenamos el vacío de información con anticipaciones, cálculos y no pocas veces prejuicios, que cimientan los peores pronósticos. Es una estupenda habilidad evolutiva que nos permite sortear peligros, pero que socialmente (y esto nos lo advirtió Hobbes hace centurias), si supera un umbral razonable, puede conducirnos a la guerra civil. Porque la confianza es el oxígeno de cualquier comunidad humana. Porque nos es imprescindible para cooperar unos con otros. Porque el recelo nos aísla, eleva nuestra agresividad y dificulta la convivencia pacífica a la que aspira la democracia.

La confianza interpersonal, entonces, está sostenida por el conocimiento del que disponemos sobre los otros, sobre la base del cual suplimos la falta de información que siempre existirá en toda relación. Se alimenta de la solidez de ese vínculo que nos hace creer, descartar, o dar el beneficio de la duda, cuando se nos dice algo de alguien. Por diversidad de motivos, relacionados con la estresante complejidad de la vida moderna, el desarraigo urbano, el debilitamiento de los partidos políticos y, en general, del tejido asociativo en nuestras sociedades, los costarricenses nos hemos vuelto cada vez más desconocidos, extraños unos de otros.

Además de los factores enumerados, pesa el hecho de que hoy tengamos una mayor población, que esta sea más plural (no solo como resultado de la globalización cultural sino, también, de la aparición de nuevos sujetos de derechos y de reivindicaciones) y que cuente con más medios para expresarse. Paradójicamente, el tener a mano, como nunca antes en la historia, herramientas a través de las cuáles expresarnos y difundir nuestros pensamientos, podría estar favoreciendo nuestra incomunicación, al galvanizar identidades tribales y suplir con caricaturas de los otros el natural desconocimiento que siempre existe entre los distintos grupos de una sociedad. Así, conforme las grandes ideologías políticas se fueron desdibujando, rasgos identitarios más personales y tribales se han colocado al centro de las divisiones entre quienes convivimos en estos 51 mil kilómetros cuadrados. Quienes somos capaces de vibrar y abrazarnos con desconocidos que andan puesta la roja cuando la Sele gana un partido, somos también capaces de insultarnos en redes sociales cuando percibimos cuestionamientos a nuestra identidad y a nuestras opiniones más arraigadas.

La cuestión de la identidad es central. Cuando desarrolló la teoría del choque de civilizaciones, Samuel Huntington dijo que la identidad aumenta los extremismos porque amplifica la sensación de que de un lado estamos “nosotros” y en el lado opuesto están “los otros”; aquí los que tenemos la razón y allá los equivocados. La visión dicotómica de la realidad se exacerba. Preponderancia de la identidad que se conjuga, malamente, con el fenómeno de atomización de la sociedad, si no causado, sí promovido por los algoritmos que “moderan” el debate público. “Lo único peor que el narcisismo individual, es el narcisismo grupal”, dice el fraile franciscano Richard Rohr.

Así, nos hemos ido partiendo en facciones con miradas distintas sobre la religión, la moral, las costumbres, la inmigración, el comercio internacional, el gasto público, los impuestos, los derechos humanos, la educación, el medioambiente, el límite exacto donde termina el poder del Estado frente al individuo o qué significa la igualdad ante la ley. Más que ideas, nos separan creencias y dogmas. No es lo que pensamos, sino lo que somos; y disparamos a los mensajeros porque no nos interesa o no sabemos cómo enfrentar el mensaje. El resultado es una creciente incapacidad de escuchar, de dudar de nuestras propias premisas, de ponernos en los zapatos de la otra persona. No cabe duda de que es mucho más lo que nos une que lo que nos diferencia y que esto último, lo que nos diferencia, nos enriquece como sociedad. Pero en lugar de contribuir al enriquecimiento de nuestra idiosincrasia, el conflicto identitario está saboteando la capacidad de ponernos de acuerdo y de colaborar en la solución de los problemas que nos aquejan.

Preocupados por ese escenario, un equipo multidisciplinario nos inspiramos en la charla “¿Qué pasó cuando emparejamos a miles de extraños para hablar de política?” presentada en el TEDSummit 2019 por Jochen Wegner, editor en jefe del semanario Die Ziet de Hamburgo, para realizar un proyecto piloto similar. Así, dentro del espacio para un taller de democracia y gobernabilidad que se desarrolló en el marco de la cumbre de Singularity University celebrada en Costa Rica los días 19 y 20 de febrero, reunimos a un grupo de personas con creencias y visiones muy distintas, para que se conocieran y conversaran sobre temas sensibles. El grupo cogestor se fue armando orgánicamente, primero por Álvaro Cedeño, Abril Gordienko y Gustavo Román. En pocos días, conforme fueron surgiendo las necesidades complementarias, se nos unieron Steffan Gómez, Roberto Echeverría, Adriana Fernández y Javier Ballesteros. Cada uno cumplió una función de acuerdo a sus habilidades, para dar forma a un proyecto que, de tener éxito, confirmaría nuestra intuición de que los costarricenses estamos cansados de la polarización y de la toxicidad de la conversación nacional.

Con la experticia de Steffan, que es investigador del Estado de la Nación, preparamos un cuestionario que acompañó la invitación que lanzamos en redes sociales. El único requisito para participar era responderlo, lo que nos permitió emparejar a los voluntarios según sus posiciones en temas polarizantes. Tuvimos una estupenda convocatoria de más 30 personas, a pesar de que la actividad era entre semana, en horario laboral y en un sitio no céntrico. Los asistentes llegaron puntuales y con una muy buena actitud. Con disposición a abrirse y exponer sus ideas, pero también de escuchar y tratar de comprender al otro.

El resultado del taller fue sumamente positivo. Tras la presentación y una breve conversación sobre la vida y los gustos de cada persona, las parejas debían conversar durante una hora sobre un tema en el que opinaban diferente. Después nos organizamos en grupos focales y el último segmento de la actividad fue una conversación entre todos. En todo momento primó el respeto. Fue conmovedor ver la sala llena de parejas con posiciones encontradas sobre temas sensibles conversando, viéndose a los ojos, sin necesidad de alzar la voz ni de sustituir los argumentos por burlas, insultos, memes o emoticonos.

La experiencia fue generosa en lecciones, pero las principales conclusiones del taller fueron las siguientes: conversar en persona, y conocerse un poco antes de empezar a tocar los temas delicados, ayudó a construir empatía y respeto; fue valioso hablar con personas concretas en lugar de asumir como interlocutor a una “etiqueta” genérica; la metodología empleada permitió descubrir muchas cosas en común a quienes creían no compartir más que la nacionalidad; bajo el entendido de que el sentido del ejercicio no era convencer al otro, hubo, a pesar de ello, personas que cambiaron su forma de pensar tras encontrar puntos válidos en sus parejas y, cuando no fue ese el caso, la ocasión se prestó, al menos, para incorporar las perspectivas y preocupaciones del otro respecto del tema en cuestión. No solo dialogaron fluidamente personas con formas de ver las cosas diametralmente opuestas, sino también de edades y otras condiciones muy distintas, ninguna de las cuales resultó ser un obstáculo insalvable para la comprensión. Sin duda la predisposición de quienes valientemente nos acompañaron, fue determinante. En palabras de una de ellas: “todos estamos aquí porque tenemos un interés común: queremos este país, nuestra casa”.

 Y  En los espacios institucionales, en los medios y en las redes sociales. Sabemos que no conduce a nada. Que nos distrae de los enormes desafíos que enfrentamos como sociedad; retos que, si vivimos juntos, juntos tendremos que resolver. Dicho de la forma más sencilla, este clima de crispación es un mal negocio para el país. Quizá haya quien obtenga rédito de ello. Quizá haya quien lo esté incentivando por intereses inconfesables, pero la tensión asociada al conflicto permanente no es agradable para nadie. La concordia y la mutua aceptación son experiencias gratificantes para los seres humanos en general, y los costarricenses, particularmente, hemos construido nuestra identidad nacional en torno a valores de civilidad y tolerancia. Por eso tenemos la convicción de que, en el fondo, anhelamos dialogar con empatía y respeto. Y por eso soñamos con que este haya sido el primer paso de algo más grande y ambicioso en esa dirección: la de volver a poner a los costarricenses a conversar con cordialidad cívica y fraternidad genuina. En palabras de Arlie Hochschild, afamada socióloga de la Universidad de Berkeley que un día decidió dejar de teorizar sobre «los otros» y se atrevió a ir a conocerlos y a hablarles cara a cara: “en los corazones de casi todos hay más espacio para comprender a los demás de lo que pensamos”.

Artículo publicado en la Página Quince de La Nación, sábado 29/02/20.

You May Also Like…

DAMNIFICADOS EDUCATIVOS

DAMNIFICADOS EDUCATIVOS

Al cerrar las escuelas y colegios durante una semana y media en todo el territorio nacional -indistintamente de si...

Carta a la Constitución

Carta a la Constitución

Excelentísima Señora Constitución Política de Costa Rica: ¡Hoy estás de cumple! Te escribo con café en mano, como...

0 comentarios

Enviar un comentario