América Latina necesita candidatas

Diversos estudios demuestran que la presencia de mujeres en puestos de jerarquía y de toma de decisiones, hace que las niñas y las mujeres jóvenes mejoren su rendimiento académico, eleven sus aspiraciones y luchen por alcanzarlas. Por otra parte, la participación femenina en el quehacer político, produce diferencias en las prioridades de gasto de los gobiernos. En un mundo diseñado y operado sobre parámetros masculinos, contar con directoras de instituciones proveedoras de servicios, diputadas, ministras y jefas de gobierno, ha demostrado que propicia un entorno más equitativo e inclusivo para todas las personas en infinidad de áreas, como salud, transporte público, educación, diseño urbano, seguridad, y acceso a oportunidades, entre otros.

En el contexto de la emergencia sanitaria por Covid-19, las gobernantes femeninas se destacaron por su buena gestión; algunas estudiosas del tema concluyen que estas fueron más exitosas en desplegar y reforzar la capacidad del Estado, más allá de la contención de contagios, para proteger y aliviar a sus poblaciones de las consecuencias colaterales de la pandemia como desempleo, inseguridad alimentaria, falta de agua potable, necesidades de cuido y otras.

En términos de preparación, en algunos países se están graduando de las universidades igual cantidad de mujeres que de hombres, y en algunos incluso más. A pesar de ello y de la evidencia de los beneficios de contar con participación política femenina, la presencia de mujeres en cargos de elección popular o de decisión política, siguen siendo escasos. Según datos de ONU Mujeres 119 países nunca han sido gobernados por mujeres. Actualmente, solo 10 están presididos por una Jefa de Estado, y 13 tienen Jefas de Gobierno. Sólo el 21 por ciento de quienes ocuparon ministerios fueron mujeres, y apenas en 14 países los gabinetes de Gobierno han alcanzado el 50 por ciento o más en la representación de las mujeres.   Únicamente el 25% de los escaños parlamentarios nacionales están ocupados por mujeres. Solo en 5 países de Latinoamérica y el Caribe, han alcanzado el 40% o más de los escaños.

Las mujeres deben primero convertirse en candidatas para poder ser electas en cargos de poder. Eso implica pasar varias etapas que incluyen lidiar con las barreras de participación en su entorno inmediato y, luego, dentro de los partidos políticos. En esa primera fase de selección interna de candidaturas, enfrentan obstáculos como estereotipos de género que las consideran menos competitivas y menos calificadas ( a pesar de que hay evidencia de son tan elegibles como los hombres); prácticas partidarias de reclutamiento que rutinariamente pasan por alto el talento femenino; acceso desigual a posiciones de poder en la estructura partidaria y a financiamiento para sus carreras políticas; la desventaja inicial de competir contra quienes ya ostentan el cargo en disputa (incumbent) y buscan reelegirse, que hoy en día son abrumadoramente masculinos.

Cuanto más igualitaria es una sociedad, tanto en las esferas públicas como en las privadas, más altas son las posibilidades de participación política de las mujeres; el efecto sucede a la inversa también. Según la experta Pippa Norris, las sociedades en que predomina una cultura de igualdad de género proporcionan el clima necesario para que los derechos reconocidos en el papel se traduzcan en derechos reales en la práctica. La cultura compartida entre hombres y mujeres en torno a las actitudes, valores y creencias sobre la división apropiada de los roles sexuales, juega un papel crítico en las oportunidades de movilidad de las mujeres.

Desafortunadamente, la evidencia también muestra que si bien en las sociedades occidentales, especialmente las más desarrolladas, han disminuido las visiones patriarcales y sexistas que ven a las mujeres como inadecuadas o demasiado emocionales para participar en la toma de decisiones, esos sesgos no han desaparecido totalmente.

Por otra parte, aún cuando los valores culturales y sociales permean las instituciones políticas, no son los únicos factores determinantes en restringir o fomentar la participación política femenina. Hay otros. Por ejemplo, ¿hay correlación entre el PIB per cápita y el nivel de desarrollo humano con el grado de participación política femenina? ¿Se puede afirmar que el mayor acceso a educación superior y al mundo laboral y profesional ha generado mayor oferta o demanda de mujeres en política? Según Norris, Kunovich y Paxton, e Hinojosa, cuando se analizan por separado, dichas variables no explican las tasas de representatividad política femenina y, particularmente en América Latina, no explican las diferencias entre los países de la región.

Por otra parte, si bien más mujeres son elegidas en sociedades católicas y protestantes comparadas con musulmanas y ortodoxas, la religión resulta irrelevante cuando se combina con otros factores como el sistema electoral, las cuotas de género legales a nivel nacional o voluntarias a nivel partidario, la antigüedad de la aprobación del sufragio femenino y de la introducción de reserva de escaños legislativos para mujeres.

Los organismos electorales juegan un papel fundamental en la incorporación de la perspectiva de género, en el empoderamiento de las mujeres y en la creación de un entorno propicio para lograr más participación femenina en la política. Como el caso de Costa Rica demuestra, tener un tribunal electoral independiente y proactivo es imprescindible para el asentamiento de prácticas inclusivas; claro está, no es suficiente.

Diversos estudios apuntan a que son los partidos políticos los filtros (gatekeepers) determinantes de las candidaturas femeninas. Son varias las causas que determinan las probabilidades de que estos seleccionen candidatas, como cuán centralizado o abierto es el proceso de selección dentro del partido, el nivel de institucionalización partidaria y en menor medida, la ideología.

En cuanto al proceso de selección interna de candidaturas, Magda Hinojosa sostiene que cuando hay elecciones internas abiertas que requieren auto-nominación de las personas que desean postularse, hay menos probabilidades de que participen y sean electas mujeres, pues suelen ser renuentes a proponer sus propias candidaturas. Por su parte, la selección centralizada de candidaturas puede ser beneficiosa, ya que diluye el poder de las redes partidarias, usualmente dominadas por hombres que tienden a preferir candidatos como ellos y que sean parte de sus redes. Por ende, a más mujeres en las estructuras partidarias selectoras y en la militancia, más probabilidades de que haya candidatas para los diversos puestos de elección popular.

Por su parte, los partidos con mecanismos de selección altamente institucionalizados únicamente favorecen más candidatas cuando aplican cuotas de género, tanto si las adoptan voluntariamente, como si son legalmente obligatorias. En varios países, el efecto de las cuotas por vía legal ha permitido aumentar significativamente la presencia femenina en el Congreso.  Sin embargo, la participación a la cabeza de papeletas municipales y presidenciales sigue siendo bajísima. Esto permite concluir, según las investigaciones, que los partidos están dispuestos a conceder a las mujeres el acceso a las papeletas primordialmente por mandato legal, no tanto por convicción.

En cuanto al efecto de la ideología, Kunovich y Paxton creen que los partidos de izquierda son más propensos a nominar candidatas por su usual adhesión a los dogmas igualitarios y por compartir vínculos históricos con los movimientos femeninos, mientras que los partidos de derecha tienen una visión más conservadora del rol público y privado de la mujer. Pero esta creencia es debatida por otras científicas.

Una investigación sobre Latinoamérica muestra diferencias significativas entre los países desde los 90, que no puede ser explicada por la afiliación ideológica. Por ejemplo, durante la llamada «Marea Rosa latinoamericana”, entre los partidos de izquierda sudamericanos la representación legislativa de las mujeres solo aumentó dramáticamente en el gobierno de Morales (Bolivia); pero ese no fue el caso en otros gobiernos de izquierda como el de Chávez (Venezuela), Bachelet (Chile) y Da Silva (Brasil). En Chile, la izquierda nominó más candidatas, pero los partidos de derecha fueron los que eligieron a más mujeres. En Centroamérica, excepto en Nicaragua, los partidos de izquierda no eligen más mujeres. Asimismo, no todos los gobiernos de izquierda han instaurado cuotas de género. Según Hinojosa, para entender la representación política de las mujeres, las explicaciones ideológicas son menos útiles que las que ofrece el estudio del proceso selectivo de candidaturas, en particular en ausencia de partidos fuertes.

Dado que los partidos son los filtros determinantes para la selección de candidaturas y su posterior elección, las expertas en género y política electoral consideran ineludible señalar el rol de las élites femeninas. ¿Cómo pueden estas ayudar a otras mujeres a ascender en la estructura partidaria, a convertirse en candidatas y a ser electas?

En primer lugar, las élites femeninas deben tomar conciencia de los sesgos y barreras para la participación política femenina y de su responsabilidad en revertir las prácticas discriminatorias. Deben informarse al respecto para estar en capacidad de combatir mañas excluyentes arraigadas, como la toma de decisiones clave en las mesas de tragos donde las mujeres suelen estar ausentes; estereotipos y mitos, como el de que las candidatas son un pasivo para sus partidos. También deben asegurarse de que las candidatas femeninas sean colocadas en posiciones elegibles, en distritos con oportunidades de ganar, y que el partido dé acceso equitativo al financiamiento para sus postulaciones.  Es fundamental que aquellas que alcanzan posiciones de liderazgo conozcan y comprendan el sistema electoral para aprovechar las oportunidades disponibles a favor de la promoción de otras mujeres. La experiencia de México sobre el papel determinante de las élites políticas femeninas por encima de las divisiones partidarias, es esclarecedora e inspiradora.

En este momento no hay una sola jefa de Estado en nuestra región y la oferta política de precandidaturas y candidaturas para el 2021 y 2022 es predominantemente masculina. Cuando vemos mujeres en las papeletas, en su mayoría van como segundas de a bordo, para cumplir con la alternabilidad exigida por varios sistemas. Es necesario que veamos eso como algo anormal, que no responde a la composición demográfica ni a las condiciones de idoneidad de mujeres y hombres. Y que nos comprometamos a cambiarlo desde la sociedad civil, a través del cambio cultural que elimine los sesgos y los estereotipos, y desde los partidos, que son los que pueden concretar ese cambio con miras a lograr la participación en pie de igualdad.

Artículo publicado en El tiempo latino , 10/02/2021.

Otros artículos de la autora sobre equidad de género:

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