El pasado 4 de febrero la mayoría de los votantes, especialmente los del centro, quedamos con una sensación parecida a la orfandad. Los candidatos que representaban nuestra visión y aspiraciones quedaron eliminados. Los dos finalistas fueron electos por grupos minoritarios y su triunfo ha polarizado mucho a la nación. Nos hemos convertido en una sociedad de facciones, algunas dogmáticas ya sea en lo religioso, en lo ideológico o en la incapacidad de reconocer los errores propios mientras se magnifican los del oponente. Estamos dolorosamente divididos.
El que el proceso electoral se haya definido en pocas semanas de forma reactiva y radicalizada demuestra que como nación optamos por seguir evadiendo la gran tarea pendiente de crear las condiciones para el desarrollo equitativo y sustentable y la competitividad del país que garanticen mejores oportunidades y mejor calidad de vida a todas las personas.
Hemos evadido otra gran tarea: la de devolverle eficacia y efectividad a nuestra democracia. El descontento con los abusos prohijados por el bipartidismo se pudo resolver de varias maneras; nosotros escogimos la de la fragmentación política. Como si el electorado estuviera expresando inconscientemente el deseo de pasar a un régimen parlamentario en el que los partidos están obligados a negociar y hacer coaliciones, por tercera vez consecutiva en la Asamblea Legislativa no hay un partido con mayoría suficiente para aprobar leyes.
Por otro lado, damos muestras de seguir aferrados a un sistema presidencial. Vivimos cautivados por el espejismo de que el presidente tiene el poder de arreglar o de descomponer todo, pero lo atamos de manos con el multipartidismo en el Congreso. De dos partidos grandes pasamos por varias combinaciones hasta llegar al extremo de muchos pequeños y micro partidos que representan a parcelas minoritarias de votantes; así, cualquiera que llegue a la presidencia no llena las aspiraciones de la gran mayoría. La insatisfacción de esa mayoría puede tomar distintas formas como la protesta callejera y el bloqueo legislativo; cualquiera de las dos o las dos juntas garantizan la ingobernabilidad. En otras palabras, la fórmula presidencialismo + multipartidismo sin alianzas sostenibles nos condenarían al inmovilismo permanente.
Ilustres costarricenses han propuesto soluciones que van desde el semipresidencialismo hasta el parlamentarismo. Pero a ese respecto también hemos eludido consistentemente debatir a fondo y decidirnos. Solo jugamos ping pong con las propuestas y después dejamos que la bola se pierda en el vacío.
Presidencialismo y Multipartidismo.
Se dice que el presidencialismo es menos efectivo que el parlamentarismo para sostener una democracia. Aparte de los argumentos de ciencia política, la experiencia mundial lo confirma: la mayoría de las democracias consolidadas del mundo tienen un régimen parlamentario. Sin lugar a dudas, en escenarios multipartidistas como el nuestro, el presidencialismo tiene mayores dificultades para operar eficientemente. Según la doctrina especializada, los principales problemas de esa combinación son:
1. Inmovilismo. La falta de concordancia entre el Ejecutivo y el Legislativo a menudo lleva al gobierno a un punto muerto; el presidente no puede avanzar en su plan por la dificultad o imposibilidad de pasar la legislación y los acuerdos que le dan sustento. Los regímenes presidenciales no tienen mecanismos para promover mayorías legislativas, lo que obliga a los presidentes a tener que estar construyendo coaliciones legislativas casi para cada asunto.
2. Dificultad para tomar decisiones. En el multipartidismo hay mayor indisciplina partidaria y el transfuguismo fuerza a negociar con más fracciones y personas de las que el electorado originalmente eligió.
3. Polarización. La fragmentación partidaria tiende a producir polarización ideológica (hoy lo estamos viviendo) lo que dificulta la producción de política pública con base en una agenda moderada.
4. Hay mayor posibilidad de que sea electo un “outsider” con escasa o nula experiencia administrativa y política. Un outsider puede implicar un retraso para el país, además del riesgo de que realmente se desconoce su grado de lealtad con las instituciones democráticas.
5. La imposibilidad de llamar a elecciones anticipadas. Esto hace que la construcción de coaliciones sostenibles sea prácticamente la única forma de evitar que el gobierno se vuelva insustancial. Los últimos dos gobiernos fueron ejemplos claros de que sin alianzas la presidencia está maniatada y los avances son muy magros. Si no se hacen alianzas, lo mismo ocurrirá en los próximos cuatro años, posiblemente con diversas expresiones de malestar social en las calles.
¿Cómo debe hacerse una alianza?
En un sistema presidencial las alianzas deben hacerse antes de las elecciones. Al buscar aliados en otros partidos se trata no solo de atraer más votantes durante la campaña, sino de generar un ambiente propicio para la gobernanza una vez que se llegue al poder. Los dos candidatos que van a segunda ronda parecen haberlo comprendido.
Es imposible satisfacer el 100% de las aspiraciones de las partes que se alían, especialmente si vienen de puntos alejados del espectro ideológico. Se trata de cimentar un gobierno posible, no ideal. Se debe hacer con transparencia, con la suscripción de una hoja de ruta que exprese claramente los compromisos de las diversas partes. En segundo lugar, es necesario que el documento se haga público para permitir a los ciudadanos demandar al gobierno rendición de cuentas de forma puntual si incumple lo acordado. Contenido claro, formalidad y publicidad es lo que demanda una democracia moderna.
Hemos aprendido a asimilar coaliciones pluripartidistas en el Poder Legislativo; pero desconfiamos de ellas en el Ejecutivo. Una alianza para un gobierno de unidad nacional es inédita en la vida política costarricense. Es natural que genere incertidumbre, pero es la forma más responsable de lidiar con nuestra realidad. Quienes llegan a gobierno sobre esa base necesitan que sus partidos y sus fracciones parlamentarias los acuerpen con responsabilidad patriótica. Eso no significa abjurar de sus raíces ideológicas. En los países europeos los partidos que cogobiernan conservan su personalidad; es eso precisamente lo que enriquece y da garra a las alianzas.
Mientras no emprendamos reformas político electorales profundas y sigamos votando por numerosos partidos debemos recurrir a alianzas formales y sostenibles que permitan la gobernanza y reflejen el pluralismo del pueblo. Lo contrario es la parálisis, lujo que no podemos seguirnos permitiendo.
Apoyo la alianza por un gobierno de unidad nacional
En febrero Rodolfo Piza, Edna Camacho y su plan de gobierno representaron a cabalidad mi visión de lo que el país necesita. Pasada esa fecha, con hondo espíritu cívico, Rodolfo se abocó a presentar a Carlos Alvarado y a Fabricio Alvarado un documento con sus principales propuestas para conformar un gobierno pluralista.
Por varios días, Carlos Alvarado junto con Rodolfo Piza y sus respectivos equipos analizaron exhaustivamente el documento y lo afinaron. El resultado fue un acuerdo con más de 90 propuestas impregnadas de una perspectiva social cristiana moderna con visión de Estado responsable en lo económico y justa en lo social. Constituye una hoja de ruta plural y moderada para un gobierno de unidad nacional en el que también participarán personas que comparten la visión de desarrollo del Dr. Piza. El compromiso ha sido publicado para que lo conozcamos y eventualmente demandemos su cumplimiento.
Este acuerdo es inédito en la vida política costarricense. Entonces es natural que cause incertidumbre, pero es la forma más responsable de lidiar con el escenario actual. Tengo claro que esta alianza navegaría por aguas agitadas y con viento en contra. Los respectivos partidos, sus fracciones parlamentarias y sus militantes deben responder a la altura de lo que nuestra Patria requiere en estos difíciles momentos.
Dos de los retos urgentes para los próximos 4 años son la modernización del sistema político electoral para devolverle operatividad a nuestra democracia y un diálogo permanente con todas las fuerzas sociales y políticas para sacar al país adelante. En esta coyuntura, con la confianza de que sabrán sacar la tarea, Rodolfo Piza y Carlos Alvarado cuentan con mi apoyo para el gobierno de unidad nacional.
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